A aquella hora el zoco está siempre abarrotado. Nada más cruzar el arco de la antigua muralla, se encuentra la calle principal y, de repente, el goteo de gente se vuelve denso. Empieza a ser difícil caminar sin tropezar constantemente con alguien o meter el pie en algún socavón o charco de la calzada.
Inmediatamente, la chica se siente sobrecogida por una intensa ráfaga de olores y se abraza más fuerte a la cintura del chico. Son una pareja extranjera y, aunque están mezclados en la inmensidad del zoco marroquí, se les distingue claramente entre la multitud. Ella tiene el pelo largo y los ojos verdes. Es joven y bonita. La camiseta de tirantes deja ver sus blancos brazos y los hombres que pasan a su lado la miran descaradamente. Él es alto, rubio. Tiene el pelo largo y enredado. La navidad pasada decidió dejar de peinarselo. Le cae por los hombros acentuando la expresión aniñada de su rostro. Hacen buena pareja.
Los dos extranjeros caminan lentamente entre la gente y observan el bullicio como si fueran dos personajes ajenos al escenario del zoco, pasivos espectadores de una película muy real. Observan los puestos ambulantes de pan recién hecho, los de apetitosa fruta, las piezas de carne despedazadas tendidas al aire. Los aromas se mezclan con el ir y venir de las personas. A veces, canela; otras, intenso curry y, siempre, acompañándoles, el rastro del olor de la menta.
La vida en el zoco es rápida. A menudo tienen que apartarse del camino para evitar ser atropellados por algún carro o bicicleta temeraria. Sin embargo, él camina despacio, como si llevase el peso de toda su vida en las piernas, como si fuera consciente de su existencia a cada paso. Camina y parece tan seguro de sí mismo… Ella le mira y sonríe. Aprieta su cintura con la mano y se deja contagiar por ese ritmo lento. Cierra los ojos. Abrazada a la camisa de cuadros del chico rubio se siente segura, así que decide no volver a abrirlos. Atraviesa el zoco a oscuras pero con los demás sentidos más despiertos que nunca. Tacto, oído, olfato. La sensación es tan intensa que, por un momento, desea no salir de ese universo de sentidos redescubiertos.
Minutos más tarde, en una playa cercana, una ola termina empapándoles de agua. “El mundo es algo mágico”, le dice ella justo antes de encontrar una triste concha blanca.
me gustan las torretas...
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de libros y cuadernos, periódicos suplementos. os voy a decir, os voy a
hablar de la torreta de mi cama UN LIBRO La inmensa soledad de Frederic
Pajak, n...
Hace 5 semanas