09 agosto 2012

Xirimiri en Almagro

Desde la última vez que entré aquí todo ha cambiado bastante. Y no sólo la interfaz de este espacio medio abandonado. Hablo de un Todo, de un Ser, de un Estar. Hablo de mí ante el mundo cartón piedra que se me presenta como escenario.

Prometo intentar ser más fiel a Giralima aunque el "prometer" y el "intentar" sean cajones opuestos en el baúl de mis intenciones.

Como siempre, girando.

Hoy a las 19.16 ha comenzado a llover xirimiri. Me he sentido como en casa. Y quiero compartir un poema para una persona que, quizá, entre a este rincón a encontrar respuestas que probablemente, sólo puedan darle mis palabras. Esta "oyente que sabe escuchar", entenderá sin duda de qué estoy hablando...


Xirimiri en Almagro


De esto nos acordaremos,
la vibración del bandoneón,
las yemas de vulva percutiendo el silencio
tan importante como el ruido,
tan ajenas al mundo de un buenos aires
que sólo vive para las eses de su nombre.

De esto nos acordaremos,
el polvo de años
paciente,
esperando la nota perfecta
en estantes de cuentos
antes de ser derribada,
victoria para el suspiro.

Me acordaré de la ceniza cayendo al suelo
protagonista manual
que sólo sabe morir si no importa dónde,
epílogo de baldosa caduca.

De esto nos acordaremos,
porque no se puede olvidar
una mueca amputada,
un dolor casi físico,
dolor del oyente que sabe escuchar.

Ella jugando con el pintalabios antes de actuar,

Antes de recitar gimiendo
(porque sólo así se canta el tango)
los paseos que nunca dimos por Corrientes y Florida.

De esto nos acordaremos,
de las tres sombras fúnebres que amenazaban en Medrano
hasta reparar en que eran un remisero,
un policía y un chico comiendo helado.

Bendito agosto.

El bulto en la esquina,
sin techo con mantas.

Y los pasos huecos frente a la olla popular
que se celebra los últimos viernes de mes
en Ángel Gallardo.

Cuando seamos viejitas
no nos acordaremos de mucho más,
pero sí nos acordaremos de esto.

De que escribimos poemas caminando por la calle
que al llegar a casa se diluían en la sangre como
alcohol evaporado antes de un control de carretera.

De que la única felicidad en esta urbe
fue compartida por una misma
que se llama yo aunque tenga otro nombre

Que se llama nosotras
Y los posibles
retozando en el filo del camino.