se puede discernir mejor el contorno de la
batalla.
Sus porqués entre lamidos,
el estertor y el parto inicuo de lo que ahora
estalla
al chocar entre sí esos los de realidad
contra la idea contaminada del deseo.
El deseo singular y el sacrificio,
se encarnan más allá del cuerpo.
Al elevarse sobre la polvareda
y observar el resto como ayer a mi misma,
—como si el respirar de la vida fuese
un ejercicio de zoología sin sentido—
se cobra conciencia de la individualidad del cuerpo.
No hay unión bajo ninguna piel,
ni los abrazos contagian.
No quedan esos túneles blancos con cartel de
salida
o esperanza alguna en el lenguaje de los niños.
Desde dentro de la polvareda,
en el confuso patinar del suceso diario
la vida no es más
que café revuelto.