Escribiría en tu piel de lobo, sobre la huella virgen que persiguen mis uñas de diamante, haciendo de tu torso cascada de quimeras. Y así, dejaría que todo (tiempo, luchas, ánimas y ajuares) se derramara por esos caminos nuevos, despacio y en horizontal, hacia tus piernas.
Como con magia digital, bien podrían mis dedos, análogos y pobres transparentes, hundirse en el espacio para alcanzar tu cuerpo ahora. Y lo negro, lo oscuro que me bulle en las sienes, que no me deja oxígeno ni lápices, sería luz rozando tus mejillas.
Será lo que sea lejos de mis manos.
¿Cómo lo haré? ¿Sabrán responder mis músculos por inercia, se pelearán con la mente o quizá dejaré de ser materia (y materia gris) para volverme sólo amor? ¿Soñaré contigo, con tu carne de red? ¿Seré el pez que se ahogue dentro y fuera de ti?
Siempre hay un jardín cuando miro afuera. Todo es naturaleza programada, control de raíces, cálculo del pétalo ruborizando el riego al caer la tarde. Todo se mide ajeno y extraño en el vergel de mi curiosidad. Y quién es la tierra y quién la semilla. Cuál de las dos es más feliz por contener a la otra. ¿Acaso la felicidad tiene que atenerse a una maceta, al espacio de clausura hasta donde pueda crecer? ¿Tiene límites de barro cocido, de plástico, tal vez?.
La potencia hace enemigos y yo los labro con sonrisa inocente en disfraz de tirana. Castígame bajo la tormenta por ello. Me doblegaré como vértice de origami, seré harina y agua, posible homogénea de crema de cuerpo. Porque es así como me diluyo en todo, queriendo a golpes. Así como me atrevo en tu sabor, tragando sagrado, evitando herejías.
Sólo la pureza me mantiene en el hilo de Ariadna. Si sé que te sigo a través del laberinto que recorre mis temores, el horror que me brota lágrimas con husos de violencia. Así me bato en tu anzuelo de pez enamorado: porque creo en ti, porque creo en tu tierra. No concibo el espasmo, el ansia de la escama o esta cola de gelatina y sirena luchando si no es para herirme aún más en tu boca caliente. En tu boca que me espera.