últimamente, sobre todo desde que he retornado al paro gracias a la precariedad laboral de la juventud española, tengo mucho tiempo libre. Y, como sucede siempre que se acercan exámenes, me busco una excusa para no estudiar aprovechando la ociosidad. El año pasado me dio por el rolling contact; este, por el monociclo. Hoy ha sido el segundo día que he bajado con él a la calle. Ahora estoy hecha una braguica, llena de agujetas. Pero quería dejar constancia de mis logros desempleados en este, mi abandonado blog. No sé porqué pero las épocas de tormenta emocional siempre van acompañadas de irónica sequía creativa. Es curioso. Primero vivir, luego escribir.
El caso es que para sentirme realizada tras haber perdido el curro, después de firmar el finiquito decidí superar mis miedos. Así que primero me perforé el septum (que duele mucho menos de lo que mi cuerpo, manojo de nervios, creía) y por la tarde me bajé a la plaza de las Comendadoras por primera vez con el monociclo, o esa rueda imposible. Llevaba unos días probando con él por el pasillo de casa. Mi casa, por cierto, tiene un pasillo que da miedo de lo largo que es. Realmente impresiona. Tranquilamente hay 20 metros. Un desfase, vamos. Así que es el sitio ideal para intentar subirse al sillín y empezar a pedalear y esas cosas. Un lujo. Y la mejor forma de valorar ese lujo, ese emplazamiento perfecto con dos paredes quitamiedos, era irse a la calle con la mierda la rueda. Fui. Era el día de superar paranoias, de reafirmación, de me da igual tener que volver a echar currículums, entrevistarme para la SER o lo que caiga! Y eso pasó. Me caí. De culos. Tengo las piernas llenas de moratones que avalan mis esfuerzos.
La plaza de las Comendadoras es el sitio perfecto para empezar. Mucho mejor que el Dos de Mayo. Hay una enorme pared por la que te puedes apoyar mientras te desplazas para no perder el equilibrio así que tienes metros de sobra para aprender. El único problema es que esa es la pared de un colegio y que yo empecé mi primer entrenamiento monociclista justo a la hora en la que salen los niños de la escuela. Tuve que soportar que un corrillo de voces chillonas de 7 años, lideradas por un mocoso con sandwich de pan sin corteza me gritarán con el mítico soniquete infantil "no sabe, no sabe!" durante un buen rato. Luego comenzaron a divertirse pegándose los unos a los otros y me dejaron en paz. No valió que les propusiera, con toda la pedagogía de la que era capaz de proponer, que me animaran. A ellos les daba igual. Sólo querían sangre. El líder del sandwich advirtió que él de mayor aprendería a montarlo. Espero que se le de mejor que a mi. De momento, hoy ha sido mi segundo día en Comendadoras y he dado 6 pedaladas sin apoyarme. Si mañana doy 7, soy dios. Mientras tanto, sólo una joven en paro más a las puertas de la dorada licenciatura. Al menos hoy casi no había niños en la plaza cuando he ido por la mañana... Tengo que empezar a controlar los horarios escolares.