Se puede envolver el corazón en papel de regalo para no estrenarlo. Es fácil. Ya sabemos lo que hay dentro. No hace falta rasgar la celulosa para descubrir de nuevo que la sorpresa viene cargada de rencor, miedo, hostilidad y una maravilla llamada celos que, a pesar de que debe tener alguna utilidad, me sigue resultando poco práctica... Envolviendo el Corazón. Se le llama corazón al centro que lo mueve todo. Corazón de manzana, de alcachofa o de niña imprudente. Se puede construir un candado hecho con miel resistente para evitar su uso. Corazón todo caramelo alrededor. Lo que no se puede es evitar la curiosidad a medida que pasa el tiempo. Y es así como llego a romper el papel para comerme la coraza dulzona. Es imposible evitar la impermeabilidad del ser. A fuerza de latir el pálpito termina por colarse en cualquier recoveco. Todos somos corazones y tarde o temprano retrocedemos al instituto para volvernos locos. La buena noticia del periódico del desencanto es que cada vez tardo más tiempo en desenvolver el corazón. No llego al amor con prisas. Pero al final la impulsividad termina por vencer al hastío. Estoy desprotegida y tan cansada que ya no puedo ni recoger guijarros para marcar como pulgarcita espabilada el camino de vuelta a la independencia. Esta vez he tardado 6 meses y, quizá porque se acerca el final, me pongo así de melancólica. Quizá porque hace poco que han sido navidades, rasgo el papel y me regalo a mi misma un corazón henchido y el lametazo pellizcando la pasión. Y tú, ¿cuánto tiempo tardas en enamorarte?
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