17 agosto 2009

A bocados

Hoy voy a hablar de la capacidad de adaptación del ser humano. De cómo las células se disfrazan según los estímulos recibidos, cómo cambia todo por dentro aunque por fuera continúen perpetuándose las mismas sonrisas, el parpadeo inmanente de la mirada, el poner un pie delante del otro para avanzar. La personalidad es un ser extraño y complejo que habita dentro de cada una de nosotras. Es un caldero hirviendo en el estómago que alimentamos con la experiencia diaria, echando dentro de su barriga humeante los papeles del trabajo, el café de por la tarde, el abrazo que nos dieron justo antes de entrar al cine. Todo eso se cuece ahí, en nuestra marmita de barro estomacal. Después, todo depende del fuego con el que se cocine, de en qué estado se encuentre la madera y si logramos hacer una buena fogata o no. Las ciudades que visitamos, los libros que leemos, las personas que se cruzan y se chocan a lo largo y ancho de nuestro camino son eso, leña. Nuestra leña particular.

“¡Más madera!”, gritaban los hermanos Marx desde el tren. A veces no todo depende de las ganas que se tengan de hacer algo. A veces hay que encontrar la situación indicada, el momento oportuno, el aquí y ahora en el trampolín. De repente un día la hoguera se enciende y ya no puedes hacer nada. Sólo queda hervirse por dentro alterando química y emocionalmente las experiencias acumuladas en la olla como si fueran una colección de trozos de realidad confusa.

Cuando el caldo comienza a borbotar, se produce el milagro. Es entonces cuando las volutas de humo nuevo ascienden y se deslizan por nuestras venas llevando sabores desconocidos de nosotras mismas a todos los huecos del cuerpo. La personalidad es un ser extraño y complejo que cambia y se perfila con la hoguera de nuestro entorno. De repente un día salta una chispa y las ramas comienzan a arder inevitablemente terminando de cocer esa otra “yo” que dormitaba en el fondo de nuestra sopa sin querer salir.

En los últimos días ha habido una gran hoguera en mi cuerpo y ha salido de mi caldero de bruja buena otra yo distinta, que alzándose elegantemente de su cápsula viscosa, me ha dado la mano para continuar a mi lado el resto del camino. Y sé que todavía hay muchas más adormiladas dentro, esperando a que alcance el punto de cocción justo para, por fin, alzarse ellas también de sus crisálidas de vida latente.

Por eso, hoy estoy decidida a proseguir la búsqueda, a continuar llenándome la barriga de todo aquello que pueda extraer del entorno, como si la vida fuera, según sale en los anuncios de la tele, una naranja madura que hay que exprimir. Estoy decidida a potenciar el impulso de exploradora que me delata como cazadora ante el mundo.

Quiero dejar patente mi objetivo, el que mejor me define como cuerpo y alma: conocer más, desear menos, amar sin barreras.

Estoy en el camino de la plenitud. Arañando la puerta de mi casa con la fuerza de las caricias. Quiero más y mejor. Quiero ser... y estoy siendo.

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