22 marzo 2010

danza egipcia

Si muevo la cadera y no estás cerca
soy yo misma en el tejado,
soy yo misma.

Si tus pupilas no se centran
en el límite de esta piel tímida
que es mi contorno
deforme de plástico,
puedo reescribirte
puedo retornar
a los versos tiernos
de “tuya para siempre”,
a pesar de la irrealidad que emanan mis manos
acercándose tristes a las tuyas
en la oscuridad del teatro.
Butaca entre butaca,
sigue el negro entre las uñas.

Si muevo la cadera
con el pañuelo de monedas
acentuando los muslos
y no estás cerca,
sé que bailo para ti
desde lo lejano,
desde el útero solo,
desde la memoria.

Pero abro los párpados
y estás en frente
apareces en mi vida como señuelo en un bosque,
y si tan sólo dijeras “la palabra”,
ya sólo me quedaría seguirte a donde fueras,
ya sólo tras los pasos míos
que son los pasos de los otros.

Ya sólo podría seguirte
si tus besos resultaran ser
tan leves y tan suaves
como las arrugas de tus ojos.

Sólo podría seguirte.

Quizá mejor bailar
sola en el tejado.

Quizá mejor,
entonces,
que no me beses nunca.

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