Llegaste como un regalo
una ofrenda del cielo para mitigar mi ceguera.
Empezaste en el vacío anomio
y con la voz, por fin, termina tu legado.
Te escribo porque me pintas
por ser un punto y aparte en las dudas,
en mi cuerpo maduro,
en las llagas que no cesan.
A pesar de todo, sigues pintando.
Te derramas sobre la piel,
derramándote quedas.
Y yo retomo la palabra.
Vuelvo a ser una.
Escuece,
pero qué nos arropa
si no es la soledad.
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