Abrupta es la que busca un gurú, no un pasajero, no un ser simbiótico, no un hijo pidiendo.
Abrupta es la que confunde “amor” con un juez, con un dios, con un padre.
Abrupta tiene piernas y sabe usarlas si es necesario.
Pero no siempre es necesario andar para viajar lejos. No siempre.
A veces Abrupta mira dentro de sí y descubre un continente.
Primera en clavar la bandera sobre la cumbre más alta de sí misma. Primera en hacer la foto, en posar cual estrella sobre su montaña de heces y miedo y posando sin dientes, se cree, por un momento, que tiene derecho a posar así, como si fuera dueña de las heces y el miedo y pudiera sentirse orgullosa con la garantía de propietaria de esa gran mentira aferrada en la mano, la mano que suda y que posa eterna.
Abrupta suele pasar sed. Pero no sed de vino, que vino bebe y vino mama. Sí sed de sí misma, que no se bebe, ni se mama, ni se lame por terror a desgastarse, por terror, que dirán otros, a ser como el resto y difuminar su tristeza en la común tristeza de los mortales.
Abrupta el destello de la verdad,
luego, la duda del error,
luego, el fulgor del desacato,
luego, la sospecha del engaño,
luego, recela de la muerte.
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