19 septiembre 2006

Al fantasma

es curioso el cómo tendemos a hacernos ilusiones. De repente empiezas a hinchar el globo de la felicidad y antes de que te des cuenta es ya demasiado grande, comienza a elevarse por encima de los edificios y es imposible desincharlo si no es con una buena aguja de la desilusión. Me sonrío a mi misma al darme cuenta de mis propias historias de amor inventado y rehecho. ¿Cómo podemos a veces ser tan ingenuos para creernos nuestras propias historias? ¿Acaso no he aprendido aún a quitarme credibilidad cuando estoy triste? Parece ser que no. Pero el caso es que me resultan hasta cómicas mis elucubraciones basadas en la nada, en la simple intuición inexistente. Tengo entre mis manos un globo que lleva hinchándose unos cuantos meses a base de sueños y oráculos personales indefinidos: señales que sólo veo yo. De repente me he dado cuenta de que estoy echándo de menos a un fantasma que a penas conozco, del que sólo tengo vagas referencias y algunos apuntes mentales de días dispersos. De repente me apetece escribir sobre mi amor platónico secreto y le dedico unas líneas tangibles que ponen un punto y a parte a este devenir de sueños. El problema que esto acarrea es que en vez de hacerse más real, empieza a alejarse de mi. Demasiadas espectativas probablemente. A lo mejor después necesito una aguja enorme, pero los sueños siguen siendo gratis y tan bonitos que ya no sé qué opción es la mejor...
espero conocerle pronto y averiguarlo... ¿cuándo llegará el momento?

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