El mejor lugar para no pensar ahora serían tus brazos. Y sé que es mentira, por eso no te culpo. Sólo me tranquilizaría tu voz helada. Y sé que es mentira, por eso he dejado de escucharme. Por eso, a pesar de una noche en vela mirando tus ojos, ni te tengo ni te quiero. Sin embargo, qué bien me sentaría en estos momentos robarte una sonrisa, guardármela en silencio en este álbum de fotos nuestras que empiezo a tener en la memoria... Me creería mi propio espejo de la felicidad a tu lado, podría jugar a que somos especiales, a que somos personas que no somos y vivimos un momento que no nos corresponde por derecho sino por destino. Entre tú y yo podríamos creernos dioses de la carne y la necesidad.
Aquí nace la disyuntiva que provoca que todo esto sea tan real como falso: la hipótesis de la duda. El no saber con certeza que es tu piel la que realmente añoro. Ya no sé siquiera qué vestido quiero. Ya no sé con qué piel vestirme porque sólo he coleccionado jirones de los otros, porque los retales que he logrado descomponen mi propio cuerpo.
Y tú estás ahora allí, en el podio de los pedazos, siendo el primero en este Olimpo de historias eliminadas e imposibles. Estás ahí en silencio y poco a poco, dándome y quitándome; jugando tus cartas con equilibrio premeditado; siendo brisa cálida... No puedo evitar sentirme tu reloj de arena y de vez en cuando, creerme nuestra farsa. Si no fuera eso, ¿por qué estoy buscándote en vela?
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