29 enero 2007

atalaya sinabrigo

atalaya se presenta con el sombrero en la mano. se levanta lentamente de la silla y se sitúa, temblorosa, en el centro del círculo. "me llamo atalaya y soy ludópata". los demás la miran con indiferencia asumida, "otra ludópata suelta por el mundo", y siguen cada uno pensando en sus cosas. ella se retira con su sombrero sobre sus pasos de botas rojas de goma. se vuelve a sentar en la silla. suspira. al fin y al cabo no ha sido para tanto. del bolsillo de la chaqueta saca una pequeña bolsita de plástico y se lleva a la boca una gominola verde. merecido premio. las gominolas nunca fallan: siempre son dulces suceda lo que suceda a su alrededor. una vez, de niña, una compañera del colegio robó un puñado de ellas en el kiosco de la señora rosa y le dió unas pocas. ambas se las llevaron rápidamente a la boca, eliminando de un bocado las pruebas del delito. atalaya sentía que a pesar del dulce en su lengua, eso estaba mal y no pudo evitar la sensación de culpa a medida que se deshacían los rojos, los amarillos y los violetas entre los dientes. aquella noche soñó que una piruleta gigante con la cabeza de la señora rosa le extraía las gominolas del estómago con unas tenazas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jejeje, esos sentimientos de culpa, que peores son... aunque muchas veces al final vienen bien, permiten reparar los daños que se causan :) curioso que sea algo que les falta a los que mas mal hacen, pocas veces se ve a politicos derribando casas construidas sobre territorios protegidos o devolviendo dinero... :/
y si, me sigue encantando tu prosa :D

GiraLima dijo...

sebas! mi primo nocturno! cómo se agradecen tus visitas por estos lares... un beset