Atalaya llegó a casa y cerró la puerta de golpe, como queriendo dejar fuera con aire indolente todo lo que tuviera que ver con el exterior. Lanzó el sombrero al sofá de la entrada y, de camino a la cocina, decidió dejar de pensar durante esa noche.
En la calle hacía frío. Una temperatura poco corriente para principios de septiembre. Mientras abría la nevera, Atalaya recordó la voz del hombre del tiempo el día anterior anunciando una ola de frío. Se encogió de hombros y abrió el brick de zumo de melocotón y uva del Día. “Por mi como si graniza: no pienso salir...”. Eran sólo las 9 de la noche, estaba sola en casa y lo único que le apetecía de veras era comer chucherías y ver una peli... Sonaba tan típico que le entraron ganas de llorar.
A Atalaya le gustan las gominolas rojas. No sabe porqué, pero solamente le gustan rojas. Es consciente de que todo es cuestión de colorante, pero no puede evitar sentir un sabor diferente si se lleva a la boca una gominola que sea de otro color. El verde, por ejemplo, siempre le sabe a manzana; el azul, a piña... Un día decidió que el rojo era el que más le gustaba de todos. Según Atalaya, es el que sabe a más cosas a la vez. Así que, para iniciar su tranquila noche de viernes, bajó a la calle dispuesta a comprar una bolsa repleta de deliciosos dulces rojos. De pequeña, la primera vez que escuchó la expresión “endulzar la vida”, lo creyó tan literalmente, que está convencida de que eso sólo se consigue espolvoreando azúcar regularmente por la cabeza o, en su defecto, comiendo gominolas rojas. Si siempre le había funcionado, esta vez no podía fallar.
En ese mismo momento, una motocicleta azul está esperando a que cambie el color del semáforo en la calle Ríos Rosas. En cuestión de segundos, esa misma motocicleta girará hacia la derecha por Ponzano y en el paso de peatones atropellará a Atalaya Sinabrigo. El momento del siniestro sucede, exactamente, a las 21.04, según advertirá más tarde al SAMUR una pareja de ancianos que paseaban a su perrito por la calle. “Pobre chica, se quedó allí tirada como muerta”, se lamentaba la viejecita mientras acariciaba al animal.
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