22 julio 2007

la golondrina

ayer, volviendo a casa del trabajo, vi a una golondrina enganchada en una verja. Pensé que quizá estaba herida así que bajé de la bici y la cogí. Era pequeñita y parecía estar bien a simple vista pero no sabía volar. La dejé en un césped vallado enfrente de donde la había encontrado porque la carretera está cerca y tenía miedo de que la pudieran atropellar. No sabía qué hacer y sólo se me ocurrió darle algo de beber. Así que subí a casa y cogí agua y pan. Cuando volví al césped, la pobre estaba quieta cerca de la valla. Le dejé al lado el pan y lo mojé con agua por si acaso quería comer algo. De repente vi pasar al lado un gato. Pensé que lo más probable es que terminara siendo la cena del próximo que pasara por ahí. Me daba pena dejarla sola. Eran las 9 y media de la noche y estaba apunto de anochecer. El césped donde puse a la golondrina es el de un centro de salud que hay detrás de mi casa y justo en ese momento salían de él dos hombres y una mujer. Probé suerte y les conté lo que pasaba esperando que me pudieran dar algo de información. Sé que es un pájaro y que a la mayoría de la gente no le va a importar lo que le pase pero a lo mejor podían remitirme a algún sitio de protección de animales donde llevar a la golondrina o hacer algo útil, cosa que a mi, desde luego, no se me ocurría. Mientras les abordaba, por un momento pensé que lo que iban a hacer era negar con la cabeza y seguir su camino. Sin embargo, uno de los hombres, un señor de unos 55 años, miró hacia donde estaba el pajarico y exclamó: "¡eso una golondrina!. No se va a comer ese pan porque comen insectos". Mientras decía esto y para mi sorpresa, se acercó al pájaro, la cogió y volvió con ella temblando entre las manos. Me dijo que probablemente se había caído del nido porque era pequeña, que estaba punto de volar pero que sola no sabía cómo y que, de haber estado en el campo, sólo tendríamos que lanzarla hacia arriba para que pudiera aprender. Pero como no estabamos en el campo, lo mejor era dejarla en un punto alto y esperar a que sus padres la fueran a buscar al día siguiente. Me sentí aliviada y me alegré de haber preguntado. Le dije que me sentía afortunada por topar con alguien que entendía del tema y sonrió y me contestó, "hombre, ¡es que soy ornitólogo!". Flipé de la casualidad. Además de no haber conocido nunca a un ornitólogo va y me encuentro uno justo cuando lo necesito. Ya empezaba a anochecer. Dejamos a la golondrina en lo alto de un seto y me dijo que lo único que quedaba era esperar al día siguiente. "Ahora es la hora de los murciélagos, no de las golondrinas", se reía. Y se alejaron los tres.
A las 7 de la mañana, volviendo a casa y ya con luz, me acerqué al seto. La golondrina ya no estaba. Esperemos que haya aprendido a volar.

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