26 julio 2007

el nido

Se despertó aturdido en mitad de un montón de ramas que crujían bajo su cuerpo. Miró hacia arriba, cubriéndose los ojos para evitar ser cegado por el sol y vio el cielo moteado por alguna nube solitaria. Ni rastro de vida humana. Solamente él, ramas entrelazadas y cielo. Trató de ponerse de pie y asomarse al borde para ver dónde estaba. Miró hacia abajo. Calculó con terror que una altura de unos 50 metros le separaba del suelo. Le entró el pánico. ¿Dónde estaba? Retrocedió gateando hacia el centro de las ramas, sólidamente tejidas entre sí. De repente se dio cuenta que mezcladas con ellas había plumas negras. Pero eran plumas de un tamaño descomunal, de casi un metro. Tardó en comprender que se encontraba en una especie de nido gigante, quién sabe de qué enorme animal, construido en la cima de un aterrador monolito. Debía seguir soñando o estar implicado, sin saberlo, en una broma de mal gusto. ¿Qué hacía él allí arriba tirado en un nido enorme sin posibilidad de bajar? ¿Quién le había subido allí?
Estaba mareado. El nido debía medir unos 5 metros de diámetro. Encontró un hueso sobresaliendo entre las ramas. Estiró de él y lo sacó con facilidad. Aún quedaban pedazos de carne putrefacta adheridos. Vomitó. Lo único que se le pasaba por la cabeza era escapar de ahí rápidamente y como fuera. Empezó a salir del nido que ocupaba prácticamente toda la pequeña cima de la montaña. Casi no encontró tierra donde posar los pies, pero se las apañó, agarrándose a las ramas, para indagar si había alguna posibilidad de descender por la roca. La cosa estaba complicada. Se iba a matar. Seguro que se mataba si lo intentaba, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Si se quedaba sentado en medio del nido, lo más probable es que, tarde o temprano, llegase el bicho de plumas negras y no quería ni pensar qué iba a ser de sus huesos entonces. Había que largarse de ahí.
La montaña era muy escarpada y no tenía ni idea de cómo descender por ella. Le costó mucho dar el primer paso. No quería ni mirar hacia abajo pero comenzó a desprenderse lentamente. Las manos tardaron poco en empezar a sangrar. Se agarraba a las rocas con una fuerza desesperada, la que sólo se tiene en momentos de estrés, casi irreales. Incomprensiblemente, al cabo de unos metros, que le parecieron el camino de media vida, aún seguía vivo y descendiendo. De hecho, cada vez le daba la sensación de que descendía más rápido, y más y más… Pero nunca llegaba al suelo.
No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba desprendiéndose por la piedra, sólo que el nido había desaparecido de su vista y que el cielo, antes cercano y brillante, se apagaba cubierto por un manto de colores opacos. ¿Se estaba haciendo de noche? ¿Cómo no podía haber llegado al suelo todavía? Siguió bajando y su cuerpo se volvía cada vez más y más negro. Más y más frío. Debía llevar horas descendiendo, muy lejos ya de la cima de la montaña y del horrible pájaro negro que sólo había visto con la imaginación. Pero no encontraba el límite donde desabrazar la piedra y comenzar a caminar en línea recta. ¿Qué podía hacer? No veía el suelo, pero tampoco el cielo. Se encontraba en una especie de limbo, rodeado de espacio, sólo espacio. No había nada. Sólo él y la roca.
Como le daba miedo soltarse y caer al vacío, decidió comenzar a subir de nuevo. A lo mejor había pasado de largo de la tierra firme, así que lo más sensato era desandar el camino y regresar a un punto suficientemente alto como para ver dónde se encontraba. ¿Quizá en el infierno? Comenzó a subir. Al contrario de lo que en un primer momento se había imaginado, ascender no le costó ningún esfuerzo. Subía con rapidez y con seguridad. Aquello debía tener truco. No era posible. Siempre había sido malísimo para el deporte y ahora, después de unas horas de práctica, se encontraba trepando riscos escarpados en una angosta montaña. Estaba tan, tan cansado, que no quería ni racionalizar ese extraño incidente que le mantenía pegado a la roca como si de un animal se tratara. A medida que subía, el manto del cielo iba difuminándose y volvió a aparecer el cielo azul brillante. Tenía que estar cerca, cerquísima.
Fue subiendo con cautela, procurando no sobrepasar el límite, el momento en que saltaría de esa piedra, se iría a su casa y no volvería a salir al campo en una buena temporada. Pero el suelo no aparecía por ningún lado y, sin quererlo, comenzó a ver el enorme nido encima de su cabeza. Creyó enloquecer. Estaba harto, eso no tenía ningún sentido. Empezó a descender otra vez pero ahora descendía como el rayo. Tras un buen rato deshaciendo el camino rehecho, la luz volvió a desaparecer. Encontró una pequeña fisura en la roca de la que manaba agua. Pegó la lengua a ella. Bebió. Cazó una pequeña salamandra. Se la comió. Estaba sudando, pasó la mano por su cara mojada por el esfuerzo. De repente, no se reconoció. Por un momento, no sabía qué estaba haciendo allí en medio de toda esa oscuridad, abrazado a la piedra húmeda y resbaladiza. Sólo quería luz pero no sabía dónde hallarla. Empezó a escalar instintivamente hacia arriba. Ya no sabía quién era. Quizá en algún momento de su vida fue humano, pero cualquiera que le hubiese visto ascender ágilmente por la roca, habría asegurado ver en él a un enorme lagarto hambriento. Subió, subió. Ya no le importaba desprenderse de la montaña, no le importaba el suelo porque ya no recordaba qué era tierra firme. Sólo sentía la seguridad de sus garras arañando la pared. Al cabo de un buen rato comenzó a sentir el sol, cada vez más intenso a medida que ascendía. Tenía hambre. Mucha hambre. De repente, vio el nido en lo alto y enloqueció, pero esta vez, de alegría. Sólo pensó una cosa: comida. A llegar arriba se agarró a las ramas y saltó dentro del nido. Se quedó quieto olisqueando, descansando. Olía a rica cena, ese posible pájaro gigante. Sólo había que esperar a que apareciera de un momento a otro y tener el banquete de la semana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que sensación de irrealidad mas buena, y que sensación de indefension... mira, como las personas a veces en esos momentos que piensas "esto no me puede estar pasando"... al final hay que hacer lo mejor de lo que tenemos y agarrar al pajaro por las plumas ;)

GiraLima dijo...

primiko! ya hacía tiempos que no veía huellas tuyas por aquí... se agradece la visita. besetes!