05 mayo 2008

terapia ocupacional

Sólo el ruido del helicóptero me recuerda que realmente estoy en Madrid.

Podría estar en cualquier otra parte cerrando los ojos pero el maldito motor de quién sabe qué helicóptero me impide transportarme más allá de estas fronteras de barrio viejo.

Y podría estar en cualquier otra parte… Con tan sólo imaginarlo y respirar profundamente este aire fresco que incluso parece menos contaminado porque es una de las primeras noches templadas de primavera. Y como sucede siempre que el ciclo de las estaciones empapa la piel tras un año de ausencia, tengo la sensación de paladear en el cuerpo, como iniciada primeriza, la brisa de la noche cálida. Es inevitable recordar cómo pasa el tiempo y con ello evocar otras primaveras y aire fresco en boca que conocieron habitaciones y espacios ahora ajenos.

Debería cerrar los ojos y marcharme. Hay muchos lugares que requieren mi presencia y a los que estoy faltando. Otros lugares a los que debo una visita, por fugaz que sea y cuyo vacío en estos días de ego absoluto abre heridas de culpa en llagas.

Sería un gesto egoísta, pero un bonito gesto al fin y al cabo, aparecer en esos sitios reclamados con tan sólo parpadear. El teletransporte de la buena educación para no romper lazos de relaciones por culpa de la pereza y lo caro de los viajes.

Este puente he preferido quedarme en Madrid perdiendo literalmente el tren hacia un destino que me llamaba de lejos y cuya voz quizá debería haber escuchado. Pero la codicia de la pereza la quebró y terminé por quedarme en la gran urbe. Sin embargo las sorpresas están precisamente para algo y un lazo del pasado, uno que siempre aprieta con la misma dulzura, apareció en forma de bálsamo conocido para curarme un poco por dentro.

La vida no deja de revelarse diariamente como una metáfora tras otra, como encadenando frases envasadas en huevos verdes o apocalípticas imágenes congeladas en el Youtube. Y las opciones están tan vivas que son como peces flagelándonos las manos.

Me alegro de haberme quedado en casa. Supongo que la decisión no de irme al pueblo era bastante egoísta pero gracias a eso he aprendido algo más sobre burbujas del pasado y reconocer que hay méritos que sólo concede el Tiempo. Llega él, intachable como siempre, y me da una porción de Lección de las Cosas. Y yo se lo agradezco.

Tengo que aprender a digerir el egoísmo. Estoy en ello. La humildad también se las trae, rebozada en el estómago. A veces se gana, a veces se pierde. En el amor, en la cola del súper, al reservar un vuelo, usando el último tampón o guardando los cambios en el ordenador. Pero a pesar de sentirse ganador o perdedor lo importante es que siempre se aprende...

Hace una noche preciosa. Quiero tener una silla voladora y darme un paseíto. Ojalá este aire pudiera ser agua. Me lo bebería sin pensarlo. Casi parece que en realidad es agua cuando lo aspiro dando pequeños sorbos y arcoiris limpiando la nariz.

Que lo casual bese casto a lo causal

Para sentirme marioneta a pilas

Que líquido eterno tenga en la sien

Consciente del baile de siete velos

1 comentario:

Antonio J. Delgado dijo...

Tienes que resistirte a esa pereza. Quien sabe las cosas que te puedes estar perdiendo.
Yo por ejemplo estuve en Huesca haciendo rafting por el río Gállego con algunas de las personas mas majas del voluntariado. Y me acorde de ti allí.
Besos guapa.