"Reconozco el evangelio de la primavera antes de que palpiten sus brotes gracias al bálsamo de tigre que con el titubeo de calor comienza a lubricar nuestras bombas de sangre. Porque el lejano olor tibio de flores y bulbos tartamudos convierte en baile lo que roza y nos vamos contagiando unos a otros con tan sólo cruzarnos por la calle iniciando así la plaga de marzo, equinocio de la esperanza..."
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Yo perdí los zapatos al salir del metro. Menos mal que llevaba el monociclo y pude llegar a casa montada en él porque la calle estaba totalmente encharcada. La carretera era poco menos que un río y el agua rebasaba las aceras inundándolas. Por lo visto, entre que los servicios municipales se habían pasado regando el suelo y que la propaganda electoral había taponado las alcantarillas en forma de celulosa inútil, la ciudad estaba impracticable. Por suerte logré llegar a casa antes de que sonara el toque de queda. Al cerrarse la puerta del portal creí ver un destello escapando a mi espalda. Me asomé de nuevo al umbral y me dió tiempo a reconocer el contoneo de la mujer del vestido rojo paseando sobre el agua. Puagh, qué asco. Aún recuerdo la cara de Rajoy flotando en el paso de cebra.
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1 comentario:
uauuuuuu!
u onomatopeya de un silvido, que podría ser fiuuuuuuuuuuuu
abrazos giralima
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