A veces despertarse es tan difícil como dormirse y dejar de comer techo, de repetir cuentos y contar ovejas, aquellas balas perdidas que siguen de juerga y reptan a oscuras en raves que no terminan. A veces la mente se libera del peso del cuerpo, cansado de bailar sobre dos piernas cansadas, que ya son las 9 y la materia gris se desmelena, contamina las paredes color crema de mi cuarto saltando verjas y elecciones generales. ¿A quién echo en falta si ahora vuelo sola? ¿Si sigo capitán de barco decidiendo mis quehaceres, descuidos a pares con ojos cerrados? Hoy ha sido una rayuela pintada en el suelo sin piedra, papel ni tijera. Sólo charcos y trozos de moqueta empapada. Cúmulos de agua sucia que las drogas no te lavan, echa un ojo a tus pupilas, anda, que después llega mañana y recuerdas esa laguna en la que anoche te volviste loca, desquitandote con ganas. Volviendo a casa el termómetro de la farmacia marcaba 14 grados. Comienza la primavera, sangre altera y fiestas mañaneras, y la danza espídica de la hormona mutante que se ha comido mi útero estos días, estos sinsabores, se despide de mi cuerpo en tregua de 4 semanas. ¿Se abrirán las flores que aún no he plantado en el balcón? El hangar hoy daba asco. La rave de nochevieja estuvo mucho mejor que esta. Además era fiesta de disfraces y casi nadie ha ido disfrazado. Nosotros, sí. De jefe indio, de extraterrestre y de payaso. (¿Quién era yo?) Je. La gente es que es sosa para esas cosas, eh? Al menos hemos pagado la mitad por ir con el disfraz... Eso de rave, poco. Y encima hace ya un buen rato que se han quedado sin bebida. Y allí siguen mis colegas, agonizando. Menos mal que me he venido antes. Lo mejor de todo es que me he encontrado una chaqueta de lana muy bonita tirada en el suelo de una de las salas y la he rescatado de la mugre. Qué bien, qué bien.
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