Fue un beso buscado, bonito, banal. Las “3 b” rodeaban a una pareja en la puerta del metro de Drassanes. Ella decía que se le escapaba el último metro pero ante todo no quería quedarse pegada a los brazos de aquel chico como una inocente mosca que juguetea sin saberlo cerca de un charco de superglue. Lo buscado, bonito y banal le vino de perlas para huir con la excusa de “quepierdoeltrenbuenasnoches”. Nada más bajar las escaleras, justo cuando sacaba el bonometro del monedero, una escuálida yonki que intentaba sin éxito cargar con su enorme maleta le pidió ayuda. Vaciló. Se le escapaba el metro, se le escapaba un beso que de tan rápido (apenas sintió cómo una lengua, húmeda y fresca rozaba la suya) no había sido vivido en realidad y ahora tendría que, probablemente, perder el tren para ayudar a la yonki de mudanza. “Pobrecica”, se dijo. Subió con ella el maletón hacia arriba, le devolvió las gracias, bajó corriendo las escaleras y cuando llegó al andén, efectivamente, el último metro se había ido de Drassanes dejándola tirada y con un beso buscado, bonito y banal recorriéndole la boca.
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