Habla más bajo, corazón. Que parezcas
mudo, que torpe y quedo apenas balbucees su nombre hasta que
desaparezca lo evidente y su verbo y su piel sean sólo distancia.
Habla más bajo, corazón. Camufla la
risa, ahoga el gemido y sube la música de fondo, esa que se pone en
lugar de una incómoda espera hasta que la afasia-quizá de tus
arterias pare de bombear la presencia onírica, el despertar brusco y
frío, trabalenguas que los gatos se comieron.
Habla más bajo, habla otro idioma,
habla hacia adentro. Habla sólo conmigo, o a la pared, o al papel
eterno. Habla más bajo pero aprende.
Este es un camino de ida: dos piernas y
una oportunidad.
Habla más bajo y siente menos. Papel
de periódico antigrasa, envuélvete y chorrea eso que te sobra.
Camino por la calle bajo la lluvia picoteando los restos, el
aperitivo caliente de los amores extrauterinos en un cono de papel
que contiene de todo menos palomitas.
Que grita como si le hubieran clavado
la punto del bolígrafo en la mano que no, que todavía no ha
aprendido la lección, que los bancos de clase están vacíos, dan
las 5 y cuarto en el reloj y él sigue escribiendo “no volveré a
gritar verdades” hasta 300 veces en el cuaderno de ejercicios.
Habla más bajo y lava los trapos
sucios con métodos sutiles. Sin lejía, sin frotar, sólo con la
respiración acompasada, con control muscular y candados en unas
manos que siempre tocan mucho.
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