08 noviembre 2012

Una parte de mi es vértigo; la otra, es lenguaje


Se aprende a hablar antes de adquirir equilibrio. Los primeros pasos -agarrando fuerte con las manitas todavía demasiado pequeñas como para no usar un diminutivo infantil- ya se dan con la conciencia de entender las palabras de aliento y la cadencia de las expresiones que en cualquier idioma suenan igual para expresar aprobación o desprecio.
Me levanté, me mareé y me caí sabiendo siempre cómo quejarme, cómo exclamar un “ay”, un “ayuda” y un “lo lograremos”. ¿Juntos?
¿Me persigue acaso el plural de los brotes, el colectivo microscópico de múltiples vidas en un centímetro cuadrado de selva?
¿Juntos?
¿Aprender a andar y a hablar para andar siempre sola haciendo comentarios individuales que nadie responde ni siquiera con una leve inclinación de cabeza en plan “entiendo perfectamente lo que dices”?
Hablo y camino por mi cuerpo, de arriba a abajo buscando el desperfecto inicial, la grieta primitiva, la humedad desgastada.
Hablo y camino por mi cuerpo comiéndome en espiral.
El oído es el causante del buen equilibrio.
Algo falla si no escucho más allá de mi voz, del monólogo del cerebro reptiliano que, en realidad, se contenta con sexo, comida y caricias en la espalda.
Es el apuntador recordando los versos siguientes desde su caja, la arenga vital y, a partir de ahí, puro teatro, jerseys, bufandas y mantas, muchas mantas cubriendo los rotos de la vida.
El cerebro reptiliano- soy anfibia
Con la casa-culpa a cuestas me cuesta reconocer el hogar al que no supe llamar hogar. Ventanas azules, verdes escaleras y, si tiene un techo, es cobijo.
Me guarezco, pierdo el equilibrio y termino cayendo en un lecho de plumas suaves que después me exige pagar el alquiler por adelantado.
Mitad mareo – medio marea. Subo luna y asciendo hacia tus besos.
De los labios salen palabras y a los labios va el silencio.
Se queda cicatrizando más lo dicho que lo callado aunque a veces, la ausencia de conversaciones sea el peor arma de destrucción masiva para quien anda y habla.
Pasito a paso, sílaba a sílaba me repito hacia adentro todo lo que espero llegar a decirte algún día hacia afuera.
Gritando sobre mis piernas, me levantaré, haré un catering con mis cadenas, se las ofreceré al mundo en forma de delicados canapés de hierro y, ya sin andar, ahora por fin volando, brotará la verdad como canción desde el pecho.

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