Se aprende a hablar antes de adquirir
equilibrio. Los primeros pasos -agarrando fuerte con las manitas todavía demasiado pequeñas como para no usar un diminutivo
infantil- ya se dan con la conciencia de entender las palabras de
aliento y la cadencia de las expresiones que en cualquier idioma
suenan igual para expresar aprobación o desprecio.
Me levanté, me mareé y me caí
sabiendo siempre cómo quejarme, cómo exclamar un “ay”, un
“ayuda” y un “lo lograremos”. ¿Juntos?
¿Me persigue acaso el plural de los
brotes, el colectivo microscópico de múltiples vidas en un
centímetro cuadrado de selva?
¿Juntos?
¿Aprender a andar y a hablar para
andar siempre sola haciendo comentarios individuales que nadie
responde ni siquiera con una leve inclinación de cabeza en plan
“entiendo perfectamente lo que dices”?
Hablo y camino por mi cuerpo, de arriba
a abajo buscando el desperfecto inicial, la grieta primitiva, la
humedad desgastada.
Hablo y camino por mi cuerpo comiéndome
en espiral.
El oído es el causante del buen
equilibrio.
Algo falla si no escucho más allá de
mi voz, del monólogo del cerebro reptiliano que, en realidad, se
contenta con sexo, comida y caricias en la espalda.
Es el apuntador recordando los versos
siguientes desde su caja, la arenga vital y, a partir de ahí, puro
teatro, jerseys, bufandas y mantas, muchas mantas cubriendo los rotos
de la vida.
El cerebro reptiliano- soy anfibia
Con la casa-culpa a cuestas me cuesta
reconocer el hogar al que no supe llamar hogar. Ventanas azules,
verdes escaleras y, si tiene un techo, es cobijo.
Me guarezco, pierdo el equilibrio y
termino cayendo en un lecho de plumas suaves que después me exige pagar el alquiler por adelantado.
Mitad mareo – medio marea. Subo luna
y asciendo hacia tus besos.
De los labios salen palabras y a los
labios va el silencio.
Se queda cicatrizando más lo dicho que
lo callado aunque a veces, la ausencia de conversaciones sea el peor
arma de destrucción masiva para quien anda y habla.
Pasito a paso, sílaba a sílaba me
repito hacia adentro todo lo que espero llegar a decirte algún día
hacia afuera.
Gritando sobre mis piernas, me
levantaré, haré un catering con mis cadenas, se las ofreceré al
mundo en forma de delicados canapés de hierro y, ya sin andar, ahora
por fin volando, brotará la verdad como canción desde el pecho.
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