28 mayo 2014

Labiografía

Para llevarte conmigo memorizo el contorno de la boca, los giróvagos del pómulo, ese trayecto dulce naciendo del abismo que resbala por la frente hacia la alberca lagrimal. Tus ojos son puertas a lo líquido del sueño.
Podría columpiarme en tus rasgos y desde ahí ver amanecer una lluvia de pinceles que nos baile de cerca mientras aprendo su impulso de fibras lamiendo acuosas el perfil del rostro, dibujando tras su vaivén el iris exacto, el ombligo centrífugo, la torsión del hombro sobre mis besos. Todo tu cuerpo un cuadro y mi mano, juguete de niña borrando letras en la arena de tu abdomen.

La manada tras el muro

De repente, un día, la líneal de lo “normal” terminó por desplazarse.
Lo que antes parecía seguro, lógico, convergencia natural
se quitó la máscara impositiva,
se abrieron preguntas al mundo
y aparecieron las ganas de encontrar respuestas propias.
Y para encontrar esas respuestas había que arriesgar,
y para arriesgar hay que poner en juego la vida
más allá de lo “que se supone”.
Porque el camino real comienza justo en el límite
en el que se abandonan los supuestos
y se abraza el desequilibrio de uno mismo con el mundo.
Estamos atravesadas por mares permeables de autoridad, de violencia y sometimiento. Incluso al bucear en el fondo del océano buscando la libertad como un tesoro escondido bajo alguna galera atávica, se siente la presión de la injusticia secular en el pecho.
Siglos esclavos que intentamos romper en instantes de realidad a dentelladas.
No queremos solo un TAZ breve y singular.
Queremos construir una casa y que la rabia colectiva o la alegría generalizada nos encuentre con una herramienta en la mano con la que apuntalar los cimientos de algo más grande y duradero.
Queremos romper con la individualidad del “casa-coche-hijos” y crear familias nuevas, vínculos diarios, una red de apoyo cálida que se reconstruya y se repiense constantemente. No hay que dar nada por sentado excepto la confianza en lo mucho que nos queda por dar. Así que nos lo damos.
Porque la revolución de dentro se hace con los de afuera. Porque para ser libres en esta cárcel de individualidades, el camino es la manada.
Aullemos a la sonrisa irónica desde la carcajada limpia. El eco de su cristal seguirá escupiendo semillas rebeldes mucho después de que todo esto se haya esfumado.
Y si nos vamos de aquí, si la casa se resquebraja, se convierte en polvo, se desploma sobre sí misma, cuántas otras casas no nos quedan por habitar, por parir, por decorar con detalles de convicción, con almohadas de pasiones. La vida es todos los días. Quien nos dice que son planes de pensiones, hipotecas y cuentas bancarias no tiene vida, solo un número de prisionero amando su prisión.
Porque lo inseguro nos rodea. Es absurdo no aceptarlo creyendo que tener un título de propiedad inmobiliaria puede salvarnos de este puente de tablas podridas sobre el abismo que es tener un corazón frágil que late hoy y quizá también siga latiendo mañana.
La única seguridad que nos impulsa es la respiración de ahora, la mano que acompaña, la coherencia del menor impacto con la mayor repercusión, el bienestar colectivo, la justicia construida, un almuerzo para compartir con aquellas a quienes amamos.
Desde el esfuerzo, desde la duda, desde la tolerancia, construyamos nuestra casa repleta de bártulos que interpelen, de ruptura normal, de reproches a la Historia. Construyamos nuestra casa y que entren para habitarla todos los seres que avivan el fuego.
Que la línea de lo “normal” se desplace en nuestra hoguera.
Que ardan los fantasmas y nos volvamos más cuerpo entre estas paredes que nos enseñan y nos aman.

Manecillas

La mezcla de rectitud y tortuoso
me tiñe y mármol de crema
este camino atemporal.
 
Hay un salto de cascada,
un abismo
y nueces.
 
Despertando entre brazos los días y la espuma de los días.
Y despertando
el pestañeo ávido,
el diluirse eterno,
la constancia de la sangre que circula.
 
Existen los domingos,
existieron en el lunes
en un calendario de fresas
sin patrones ni reloj.
 
Fecundo el desarrollo en el ahora
como camaleón y lengua
y las ventosas del apetito
consagran mi llamada mientras vibra un “hola”
en el vacío
-tempestad de saludo originario-
hacia el frío que no llega:
dirección y recorrido.

Dormir contigo

Entre tus brazos sentirse caracola tibia,
colibrí sin prisa, mermelada en los volcanes,
un torrente de cuellos, ninfa sedal,
tiritar de capilares hacia toboganes dulces.

Entre tus brazos,
mar tenue gargantúa
latiendo en el pespunte traqueal,
respiración de marisma,
voleo de compás
al empaparme entera
estas sábanas
con rumor de lejanía.
 
Todos los sueños vienen a anidar
en ese espacio celeste que se forma entre tu clavícula,
el pecho y, de ahí, a la yema de los dedos blandos:
albergue de dones,
la cuna cantora
de una nana
de horizontes
de laúd.

Quemadoras

Todo el fuego en nuestras manos:
guerra de estrías
o las brechas de lo vivo que se escurre decidiendo.
Todo el flogisto se quema sin pausa en la caldera del desamparo,
caldera rabiosa,
marmita de alquimia,
cuatro corazones descalzos
y el odio flotando en una burbuja demasiado cálida
para estas pretensiones talladas de estallido con firmeza.
 
Entre los huecos de las cinco falanges
un disparo
o una duda.
Sabe el camino la bala,
el dedo yerra el impacto.
 
Tenemos tantos enemigos
que no nos caben en el vientre.
 
Agolpados:
políticos reformistas,
sonrisas de latón,
vecinas de uniforme,
amantes como dueños.
 
Agolpados,
esperando el vacilar que no llega
porque la manada aguarda,
porque la manada apunta,
porque la manada brama
una constelación de voces
que cantan libertad sobre la escucha desnuda,
ese sentir de lo iracundo
que sabe amar cuando toca
saber sentir los amores.

Todo el fuego en nuestras manos,
no importa quién,
no importa gatillo,
no importa dónde.

Todo el fuego busca leña,
una veta sensual
en la que astillar esquirlas.

Molerse labial.

Renace la llama atemporal,
la incendiaria,
la del calor antepasado,
convocando a lo inconcluso
de una hoguera sin patrones.

04 mayo 2014

Evocación


Siento toda esta cordillera
-la cordillera de la espalda de los hombres-
frenando mi caudal,
recordando la permeabilidad de lo poroso de tu cuerpo,
esos huecos etéreos, cavidades con tu nombre
a un lado y otro de los esqueletos terrestres.
Como ventosa,
mi lengua asciende por tu grupa.
Glup.
Y hacia allí el olvido
o aquello recordado en ascensiones sin vigía.
No había banderas, ni lobos
ni siquiera seísmos el día en el que planté esta semilla
en el hueco de tus piernas.
No estabas tú 
ni la primera piedra
que ahora se erige como estupa que te evoca.
Todo pizarra de lo más negro:
el abismo escolar del aprendizaje con errores.
Estoy memorizando la orografía de tus hombros
y al aspirarte veo
huecos entre puntadas,
amor por los retales.
Sabremos de manantiales, de géiseres al estío
y al invierno vomitando amantes que no sirven de nada.
Toda explosión sabe poner puntos cuando merece una pausa.
En este descanso que te invita,
en este devenir del tiempo-amo,
dictador de las pasiones,
tu reptarse sobre mi es cordillera,
la distancia entre los cuerpos, ladera y abismo.