28 mayo 2014

La manada tras el muro

De repente, un día, la líneal de lo “normal” terminó por desplazarse.
Lo que antes parecía seguro, lógico, convergencia natural
se quitó la máscara impositiva,
se abrieron preguntas al mundo
y aparecieron las ganas de encontrar respuestas propias.
Y para encontrar esas respuestas había que arriesgar,
y para arriesgar hay que poner en juego la vida
más allá de lo “que se supone”.
Porque el camino real comienza justo en el límite
en el que se abandonan los supuestos
y se abraza el desequilibrio de uno mismo con el mundo.
Estamos atravesadas por mares permeables de autoridad, de violencia y sometimiento. Incluso al bucear en el fondo del océano buscando la libertad como un tesoro escondido bajo alguna galera atávica, se siente la presión de la injusticia secular en el pecho.
Siglos esclavos que intentamos romper en instantes de realidad a dentelladas.
No queremos solo un TAZ breve y singular.
Queremos construir una casa y que la rabia colectiva o la alegría generalizada nos encuentre con una herramienta en la mano con la que apuntalar los cimientos de algo más grande y duradero.
Queremos romper con la individualidad del “casa-coche-hijos” y crear familias nuevas, vínculos diarios, una red de apoyo cálida que se reconstruya y se repiense constantemente. No hay que dar nada por sentado excepto la confianza en lo mucho que nos queda por dar. Así que nos lo damos.
Porque la revolución de dentro se hace con los de afuera. Porque para ser libres en esta cárcel de individualidades, el camino es la manada.
Aullemos a la sonrisa irónica desde la carcajada limpia. El eco de su cristal seguirá escupiendo semillas rebeldes mucho después de que todo esto se haya esfumado.
Y si nos vamos de aquí, si la casa se resquebraja, se convierte en polvo, se desploma sobre sí misma, cuántas otras casas no nos quedan por habitar, por parir, por decorar con detalles de convicción, con almohadas de pasiones. La vida es todos los días. Quien nos dice que son planes de pensiones, hipotecas y cuentas bancarias no tiene vida, solo un número de prisionero amando su prisión.
Porque lo inseguro nos rodea. Es absurdo no aceptarlo creyendo que tener un título de propiedad inmobiliaria puede salvarnos de este puente de tablas podridas sobre el abismo que es tener un corazón frágil que late hoy y quizá también siga latiendo mañana.
La única seguridad que nos impulsa es la respiración de ahora, la mano que acompaña, la coherencia del menor impacto con la mayor repercusión, el bienestar colectivo, la justicia construida, un almuerzo para compartir con aquellas a quienes amamos.
Desde el esfuerzo, desde la duda, desde la tolerancia, construyamos nuestra casa repleta de bártulos que interpelen, de ruptura normal, de reproches a la Historia. Construyamos nuestra casa y que entren para habitarla todos los seres que avivan el fuego.
Que la línea de lo “normal” se desplace en nuestra hoguera.
Que ardan los fantasmas y nos volvamos más cuerpo entre estas paredes que nos enseñan y nos aman.

No hay comentarios: