Siento toda esta cordillera
-la cordillera de la espalda de los hombres-
frenando mi caudal,
recordando la permeabilidad de lo poroso de tu cuerpo,
esos huecos etéreos, cavidades con tu nombre
a un lado y otro de los esqueletos terrestres.
Como ventosa,
mi lengua asciende por tu grupa.
Glup.
Y hacia allí el olvido
o aquello recordado en ascensiones sin vigía.
No había banderas, ni lobos
ni siquiera seísmos el día en el que planté esta semilla
en el hueco de tus piernas.
No estabas tú
ni la primera piedra
que ahora se erige como estupa que te evoca.
Todo pizarra de lo más negro:
el abismo escolar del aprendizaje con errores.
Estoy memorizando la orografía de tus hombros
y al aspirarte veo
huecos entre puntadas,
amor por los retales.
Sabremos de manantiales, de géiseres al estío
y al invierno vomitando amantes que no sirven de nada.
Toda explosión sabe poner puntos cuando merece una pausa.
En este descanso que te invita,
en este devenir del tiempo-amo,
dictador de las pasiones,
tu reptarse sobre mi es cordillera,
la distancia entre los cuerpos, ladera y abismo.
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