guerra de estrías
o las brechas de lo vivo que se escurre
decidiendo.
Todo el flogisto se quema sin pausa en
la caldera del desamparo,
caldera rabiosa,
marmita de alquimia,
cuatro corazones descalzos
y el odio flotando en una burbuja
demasiado cálida
para estas pretensiones talladas de
estallido con firmeza.
Entre los huecos de las cinco falanges
un disparo
o una duda.
Sabe el camino la bala,
el dedo yerra el impacto.
Tenemos tantos enemigos
que no nos caben en el vientre.
Agolpados:
políticos reformistas,
sonrisas de latón,
vecinas de uniforme,
vecinas de uniforme,
amantes como dueños.
Agolpados,
esperando el vacilar que no llega
esperando el vacilar que no llega
porque la manada aguarda,
porque la manada apunta,
porque la manada brama
una constelación de voces
que cantan libertad sobre la escucha
desnuda,
ese sentir de lo iracundo
que sabe amar cuando toca
saber sentir los amores.
Todo el fuego en nuestras manos,
Todo el fuego en nuestras manos,
no importa quién,
no importa gatillo,
no importa dónde.
Todo el fuego busca leña,
Todo el fuego busca leña,
una veta sensual
en la que astillar esquirlas.
Molerse labial.
Renace la llama atemporal,
la incendiaria,
la del calor antepasado,
convocando a lo inconcluso
de una hoguera sin patrones.
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