03 octubre 2010

empastes

Para empezar a sonreir sólo me hacen falta dientes. Dientes de azúcar, los labios partidos. Para empezar a sonreir sólo me hace falta una mentira, un mono encerrado en la jaula, un “tú busca, que lo encuentras”, mirarme en el espejo de quien mira. Para empezar a sonreir me basta ser el consejo, sentirme madre, mujer, hermana. Y todo fluye como fluye quien se siente útil frente a la necesidad del solitario. Frente a la pena diaria, más lacerante que el viento vomitando sobre arcilla. Frente a frente. Mi lengua será trinchera de los justos, ballesta de miel sobre el pecado. Y ya no habrá más pan seco sin leche. Ya no habrá más nanas con cebollas para quien no tenga merienda. Mi boca sonríe y yo soy un poco más fuerte que antes de salir de casa. Salir sin llaves, volver a la mansión hecha una reina. Todos los puentes son mi sala de estar y todos los torsos el torso del amante. El torso perdido. El amante muriendo. Pero yo sonrío. Soy dúctil como un pelo elástico. Soy el torso, la lámpara matinal sobre mi cabeza nocturna. El tarareo al compás de los pasos. Como si fuera luz, sólo luz saliendo de la noche. Sólo luz volviendo a mi cuarto.

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