03 octubre 2010

invierno o el despertar de la conciencia

Empiezo bajo cero de nuevo. La chica del anorak se mueve tras el asfalto como si ambos fueran serpientes. O más bien lombrices trabajando en una maceta, adueñándose del espacio de terracota neolítica. Un tren de la bruja descarrilando en la feria del pueblo. El río intenso al mear la cerveza de tres horas en la puerta de un garaje. Curvas naturales. Grutas bajo vientre. Morena eléctrica tantea el frío. Zarpas de gato hieren moscas. Empiezo de nuevo bajo cero. A varios grados del calor ovárico. Distancia adversa. Clima hundido. La preposición que innaugura tus proposiciones no me cuadra en este texto. Búscate, querido amigo, cualquier otro guionista antes entrar en mi cama. Porque está helando ahí afuera y traes el hielo en tu pene y no quiero un falo acristalado por la escarcha de tus dudas. No quiero un consolador estático, un abrazo robótico, un beso robado al despedirte en la salida de ferrocarriles de la generalitat de cataluña. No quiero bajo cero si no es blanco lo que decido, todo aquello que mi arco de loba recabe en la espalda. Y decido empezar de nuevo archivando lo malo en forma de preámbulo, en forma de libro de autoayuda inerte sobre la mesita de cabecera, bajo la cera derretida de la vela que me alumbra. Aquí está, aquí lo tienes. Pero da tanta pereza tocarlo... Es tan doloroso abrirlo...
Empiezo bajo cero de nuevo. La chica del anorak regresa con sonrisa de subnormal a hacerte la vida mucho más amena. Como si fuera un anuncio sobre lo increíble que es todo ahora que está tan lejos la primavera. Ahora que llega el solsticio de los orgullosos que no se arrepienten de lo que dejan atrás o de lo que no dejan atrás. De los que se cuelgan amores como si fueran chorizos. Arrastrando por la tierra el pasado en latas de conserva que conservan estupendamente el miedo y los rencores provocados por 6 clases de fobias diferentes tintineando su escasez de perdón y olvido. Por eso empiezo bajo cero de nuevo y me siento libre de chorizos y latas y consoladores de hielo y cera y abejas y mosquitos de beso pegajoso y señales de “stop” redondas y coloradas como manzanas ante el camino de Atalanta. Me vuelvo Psique, me hago el harakiri, sucumbo ante la depilación láser y deletreo mi nombre en la ventanilla de funcionarios que ya están bastante ocupados ocupándose de sí mismos. Comienzo otro cuaderno, esta vez sin letras de puntitos que repasar, porque aprobé el primer curso con buena nota. Iba siendo hora de aprender a multiplicar ahora que estoy en segundo en vez de restar y restar y restar, restar en la siesta tras la comida equilibrada de guardería infantil. No necesito cuentos para conciliar el sueño. La vigilia ya me parece una fantasía perfecta. Solo que no soy yo quien maneja los hilos, ni yo la campesina holandesa renegada, ni yo la filósofa griega en mitad de una crisis nerviosa, llorando por la mercantilización del ágora, por la venta del pensamiento. Érais yo quizá, mitad disfraz mitad carne. Érais yo a medio empezar y ahora soy yo comenzando desnuda el primer párrafo que alienta el destino.

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