27 febrero 2014

El día que llegaste


Estábamos atravesando el patio pero, en realidad, el patio era el mundo y en el mundo caminábamos y en el camino, lo enseñado y lo aprendido se fundían en algo mezcla de piel y de lágrima que algunos llaman “experiencia” pero que a mi, ahora, desde la distancia, ahora que el patio y la escuela son sólo imágenes borrosas que presiento inventadas o espacios de otra vida, de una que me afirman que tuve pero cuya veracidad no puedo comprobar, me parecen simplemente un sueño.
Estábamos atravesando el patio y a cada paso se desprendía de nuestras bocas una gominola de fresa. A cada golpe, un rodar de canicas y los cromos que nunca giraban al golpearlos con la palma hueca de la mano eran trofeos del mediodía.
Estábamos atravesando el patio y yo buscaba pequeñas setas que no comí nunca entre las hierbas del jardín y tú estabas subido a un castillo de hierro de esos juegos infantiles que, cuando se es niño, despiertan la imaginación y a los que -cuando se es niño- se asciende ágilmente por entre los pequeños espacios que liberan, vacíos, las uniones de los tubos perpendiculares. Estabas ahí con tu pelo rubio, el más rubio de clase: pequeño, blando y audaz. Y quise subir contigo pero no pude, o más bien pude aunque para llegar a ti tuviera que esperar todavía 20 años.



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