27 febrero 2014

Zafiro

Nace en el núcleo caliente: piedra por encima.
Ahí donde luego toda lava se convierte en simple paisaje.
Rodeando, el que rodea.
Un envoltorio como abrazo imprescindible.
Nace en el núcleo que quema y se llama
-como todo lo inflamable-
a sí mismo “Amor” aunque no contenga nada.

Ser de cuarzo o todo lo entero de las verdades a medias.
Sube por la garganta mi propio estupor ante tanto desconsuelo.

Grava. Resbalo sobre ella como en un manto de bromas sobre la nieve.
Cuando caigo estallan las risas.

Hace meses que se decide cómo cocinar mi corazón.
La receta final: arrancarlo y comerlo crudo.

A quién le chorreará la sangre por los brazos mientras te saboree en la boca, cuando tropiece entre los dientes con la aorta, esa avenida central que lleva tu nombre, y todas las crujientes venas y los duros tendones, pequeñas plazas en las que me senté a mirarte sin que te dieras cuenta y que ahora son un festín de recuerdos masticados por lo que a nadie ya le importa.

Mi pecho vacío sigue palpitándote la ausencia.
Mi cuerpo resurge de las cenizas como un monolito descalzo: ojos zafiro.

Mapa pizarra: Remarcar con la tiza el perfil de la mano. Escupir agua tintada de pigmento natural sobre la palma extendida. Maravillarse con el resultado al apartar la mano de la pared.

Tenemos cinco dedos para amar
y una piel que chilla.

Mineral, compacto, geodésico.
Salud de hierro.
Pecho de calcio.
Mordisco en la arcilla.

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