Ahí donde luego toda lava se convierte
en simple paisaje.
Rodeando, el que rodea.
Un envoltorio como abrazo
imprescindible.
Nace en el núcleo que quema y se llama
-como todo lo inflamable-
a sí mismo “Amor” aunque no
contenga nada.
Ser de cuarzo o todo lo entero de las
verdades a medias.
Sube por la garganta mi propio estupor
ante tanto desconsuelo.
Grava. Resbalo sobre ella como en un
manto de bromas sobre la nieve.
Cuando caigo estallan las risas.
Hace meses que se decide cómo cocinar
mi corazón.
La receta final: arrancarlo y comerlo
crudo.
A quién le chorreará la sangre por
los brazos mientras te saboree en la boca, cuando tropiece entre los
dientes con la aorta, esa avenida central que lleva tu nombre, y
todas las crujientes venas y los duros tendones, pequeñas plazas en
las que me senté a mirarte sin que te dieras cuenta y que ahora son
un festín de recuerdos masticados por lo que a nadie ya le importa.
Mi pecho vacío sigue palpitándote la
ausencia.
Mi cuerpo resurge de las cenizas como
un monolito descalzo: ojos zafiro.
Mapa pizarra: Remarcar con la tiza el
perfil de la mano. Escupir agua tintada de pigmento natural sobre la
palma extendida. Maravillarse con el resultado al apartar la mano de
la pared.
Tenemos cinco dedos para amar
y una piel que chilla.
Mineral, compacto, geodésico.
Salud de hierro.
Pecho de calcio.
Mordisco en la arcilla.
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