27 febrero 2014

Ratas al acecho

Congelarse.
En el acto visceral de mimetizarse con el entorno está la clave de la vida.
Y ahí espera la rata,
escondida a simple vista
Solo quieta, congelada.
Esperando que, si algo se mueve llamando al respiro, sea un algo externo que la exima de responsabilidades mayores cuando lo que está en juego es vivir para otra emboscada.
Casi sin inhalar. Que no entre nada nuevo y que lo conocido permanezca.
No hay prisa en el tornado de las presentaciones constantes entre las experiencias vividas, las comparadas y las puestas de nuevo en la alacena.
¿Arriesgarse? Moverse adelante y perder. Dejar todo a un lado y ganar el resto.
¿Qué hará la rata, qué los espantapájaros, dónde irá la corteza que nunca fue propia en el árbol en que crece?


Punto muerto.


¿O sigo viva por haberme detenido justo aquí? ¿Qué de vivo hay en mi condición de inmóvil?

Estas piedras que hay en los bordes de mi vientre se calientan al sol quieto y seco mi piel -por partes- en ellas. Y queman si me tumbo pero arañan las plantas de los pies cuando intento huir.

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