28 febrero 2007

reencuentros

Acabo de encontrar unas poesías perdidas desde hace casi 4 años. Después del reencuentro, (enorme sonrisa) he decidido rescatar estas pocas del olvido...


Es tan fácil como volar
Aprender de gravedades mutiladas
Y cerrar los ojos.
Islas en tierra dragones de plastilina
Todo se vuelve real al chasquear los dedos.
Es tan fácil como sentir,
Dormitar al caer la tarde
Y bombones en la boca
-"Dame tiempo para pensar
Si realmente siento lo que digo
Si creo en el Dogma de la vida
Como creo en besos justos"



Déjame que te devuelva el perfume
Bailar el agua en dos canciones
Y venga, vamos a dormir, tres tristes sueños en la cama.
Déjame las hojas regadas
Tinta de los caprichos
Picnic en el césped lluvia sin paraguas

Post data: sedienta sin sed busca almohada


Me gustas tú y tu piel de chocolate
Que seas tan niño para todo
Garabatear en tu nuca
Tú y tu olor a tierra.
Me gusta el calor de tus siempre tibias manos
Siempre tibios besos cuenco de algodón en la espalda.
Me gustas tú con tu calma de cera
Y los ojos perdidos deshaciendo las paredes
Abrazar irrealidades adormecida
Sabiendo que los recuerdos
Dejan de ser recuerdos tintados de tiempo verde.
-
Que oiga tu grito no es nada premeditado.
Sólo son las hojas que acuden bailando a las aceras mojadas,
Son mis pupilas temerosas saltando por tus rasgos.
Así como el sendero se bifurca en la palma de la mano,
También adoran los besos del pasado estos momentos fortuitos.
-
Ya revestidos cielos verdes
Camas vacías navégame en la espalda
Ceniza aullando desayuno sin diamantes
Y por abrigo soledad del cuaderno azul.
Quémame en la noche, Ulises sin lengua
Todas las voces que llevan a Ítaca.


-
A veces vaciamos las manos demasiado rápido
Y yo te doy y tú me das bocas rojas grandes llamaradas.
A veces me despierto ausente
Y no entiendo el por qué los elementos conjuran a ciegas
Yo tan fuego, tú tan tierra
Tan poco espacio dentro para deshacer los dones,
Las virtudes regaladas
Y tan pocas las ganas de mentirme...
Al final el fuego entiende de pecados.


27 febrero 2007

congelada

Vacío necesario como piel que tirita, así es mi espejo y mi sombra
Triste escondite del tedio y, mientras tanto, balanceo de pie en duda
La supervivencia cuelga horas del zapato
Zancada ciega pisando los días

Desde el mar de mi cama, sólo reflejo compás
Hueco oculto atando cabos, Jimi Hendrix y los ángeles
Entre los dedos, como cabello enredado, ascienden las curvas
Resbalando en la calzada suela vieja, ni siquiera evito charcos

Y todo retorna al seno, cuenta atrás
En medio de la isla de almíbar, decido descansar de arena

26 febrero 2007

sinestesia

A veces la música se puede tocar y se convierte en materia que envuelve alrededor. Ahora mismo estoy acariciando una canción tan sólo con escucharla. las notas de la guitarra se han vestido con la piel que añoro y se tumban aquí, a mi lado. Las veo salir del altavoz siendo azules y, a medida que danzan a mi alrededor, se transforman en su cuerpo, tierno y quedo, para ir a caer sobre el colchón como sonido y beso a un tiempo. A veces la música se puede tocar y duele más siendo carne, recordando que es sólo un recuerdo.

21 febrero 2007

busco a josu

Estoy buscando a una persona. Se llama Jose, aunque se hace llamar "josu", y es de Cuenca. Ahora mismo debe tener 23 ó 24 años. Le conocí hace unos 7 en internet y llevo un tiempo intentando encontrarle de nuevo.

Todo empezó, o mejor dicho, terminó, cuando se me estropeó el teléfono móvil y perdí su número hace ya casi 3 años. Por aquel entonces, josu y yo ya habíamos perdido mucha relación y sólamente nos llamábamos un par de veces al año para ver qué tal iba todo. Lo último que supe es que se había vuelto un "comeflores" y que estaba trabajando de forestal. Se ve que por fin se había echado novia, además mayor que él, así que debía estar aprendiendo de lo lindo si tenemos en cuenta que, hasta poco antes, el josu era virgen, algo que nunca llegué a entender, entre otras cosas...

Nos conocimos en el chat, probablemente en el canal "antifascista", "punk_patatero" o algún nombre del estilo. Teníamos unos 16 años y la verdad es que nos lo pasabamos muy bien juntos. Josu era un punki adolescente en toda regla. Mallas rotas y camisetas que él mismo se apañaba tintándolas y rehaciéndolas con imperdibles, escapadas de casa, cartones de vino, problemas buscados y demás parafernalia perro flaútica. Qué decir tiene que me gustaba un montón.
Chateábamos bastante, hablábamos de vez en cuando por teléfono, y nos mandábamos fotografías curiosas que desvelasen el secreto de nuestros rostros. Había entre josu y yo una llama divertida e inocente que ninguno sabía (o quería) alimentar. El caso es que tras años de conversaciones en red, lejanamente atadas por impulsos eléctricos, yo me fui a vivir a madrid y decidimos desvelar el misterio de una vez por todas.

Era moreno de piel, con el pelo revuelto y ojos brillantes. Nos reconocimos al momento. Había venido a pasar la noche a madrid con unos amigos así que les acompañé en su travesía nocturna en lo que, probablemente, sea una de las noches que más recuerdo de mi primer año de carrera. Fue divertido. Poco bar, mucho callejeo. Nos besamos todo lo que no nos habíamos podido besar en esos años y terminamos tirados en el metro, buscando un sitio donde descansar a las 8 de la mañana. Les acompañé a atocha a eso de las 11 ó 12, cogieron el tren y josu se fue prometiendo volver a la semana siguiente, algo que nunca llegó a suceder.
No sé realmente porqué perdimos el contacto. Yo tampoco me acerqué a verle, la verdad, pero aún así, no entiendo cómo se llegan a perder los lazos y relaciones.

Tras ese encuentro sólo hemos hablado en contadas ocasiones, pero una vez perdido el móvil con su número dentro, hasta esas llamadas se han vuelto imposibles. He intentado buscarle por internet, encontrar en viejas agendas un número de teléfono apuntado en alguna esquina, hasta he mirado en la guía telefónica cuántos "delgado" hay en cuenca para llamar uno a uno y lograr saber de él. El día que se me crucen los cables lo haré. Intentaré encontrarle. Será una hazaña dentro del mar de las casualidades. La verdad es que me encantaría saber qué ha sido de su vida. Si le conoces, dile que le busco.

20 febrero 2007

círculo

Hay promesas que duran apenas los días de una estación. “No volveré a...”, “a partir de ahora...”, “es la última vez que...”, y, poco a poco, cada hoja que cae con el otoño o brota en primavera, se lleva una a una las letras de la frase, hasta que ya no queda promesa que conservar.

“De ese agua no beberé” es un temerario juramento que sólo surge en medio de la abundancia, cuando creemos que, realmente, nunca más habrá sequía. Pero hay emociones inevitables, más letales que la propia sed, a las que regresamos una y otra vez, cayendo irremediablemente en la misma piedra que juramos no volver a pisar.

Una vez cometido el “crimen”, se suele usar otra frase hecha que me gusta especialmente: “tragar las propias palabras”. Me parece realmente gráfica, una convincente adaptación lingüística que describe limpiamente la amarga sensación del arrepentimiento.

Hay promesas que nunca deberían salir del corazón, porque, precisamente, son esas las piedras más recurrentes, las que hacen tragar palabras en el camino. Ya no me fío de mi misma. No sirve de nada lanzar juramentos al aire teniendo dentro un corazón tan rojo...

15 febrero 2007

El de ahora

RAYUELA, capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Julio Cortázar

El de siempre

RAYUELA, capítulo 68
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
Julio Cortázar

06 febrero 2007

caballos alados


parece mentira cómo mueren los momentos. cómo instantes que ahora tocas y muerdes se diluyen con el tiempo hasta ser simple quimera, algo que vagamente creíste soñar, aunque haya fotografías que corroboren lo contrario. nunca estamos preparados para perder pedazos de vida.
ayer, por fin, me compré unas banderas tibetanas. son de varios colores y en cada una hay una oración y, en el centro del rezo, un caballo alado. dice la tradición que hay que escribir alrededor de ellas los nombres de la gente que queremos y que, cuando el viento las agita, los caballos rezan las oraciones para proteger a esas personas.
echo de menos huecos de mi pasado. me siento desconectada. echo de menos a un amigo que ni siquiera lo fue nunca. ayer, al escribir su nombre en la bandera, casi me echo a llorar. es una pena que el tiempo descubra el pastel: qué fue real, qué no lo fue y porqué ahora, tiempo después y sin heridas, nada tiene sentido. supongo que hay cosas que nunca se llegan a superar.
espero que cada vez que el viento mueva las banderas, él, esté donde esté, se sienta protegido.

04 febrero 2007

desatención cortés

Esta mañana he salido a hacer la compra. Primero he ido a sacar dinero al cajero del final de la calle y, al llegar a la puerta, he visto dentro al sin techo que suele refugiarse ahí los fines de semana tapado de la cabeza a los pies con una manta. Siempre me resulta incómodo encontrarme con él, aunque no estoy segura de si es el mismo, porque siempre está totalmente cubierto. Me siento culpable al perturbar su sueño para obtener, precisamente, algo de lo que él carece: dinero. El remordimiento se transforma en esa manta sucia, cobra vida y me arropa en el cajero del mismo modo que arropa al indigente. Encuentros en el umbral de la justicia.
He abierto la puerta del banco y me he acercado al cajero automático. No sabía si el hombre estaría dormido o no. Fuera hace un frío horrible. El día no puede estar más gris. Mientras espero que la máquina termine de expender el dinero le oigo toser. Está despierto. A lo peor enfermo y, desde luego, solo. Me siento fatal. Me gustaría acercarme y preguntarle si necesita algo pero ni siquiera le veo el pelo asomando por la manta, así que, egoísta o solidariamente, le dejo tranquilo. Pero cuando salgo a la calle me doy cuenta de que él sale también conmigo, no se despega de mi mente. Su fantasma se ha puesto a caminar a mi lado narrándome su vida y me explica cómo y porqué ha terminado durmiendo en el cajero del final de la calle. Estoy pensando en comprarle algo caliente de beber y, aunque sea, dejárselo al lado con un simple “buenos días” y marcharme con mi remordimiento a otra parte.
Me alejo pensando en la marginación, en estos “puntos de acceso” a los agujeros institucionales. Me aterra pensar en la capacidad que tenemos los que estamos “dentro” para hacer ojos ciegos ante la realidad. Para obviar rostros y mantas. Las personas olvidadas e invisibles son olvidadas e invisibles sólo para que nosotros podamos continuar nuestra vida sin variar ni un ápice de la rutina occidental. Imagino una bolsa llena de canicas, y cada canica un acto, y cada acto, algo prescindible de lo que no queremos desprendernos. ¡Qué bien funciona el sistema!
Antes de cruzar el paso de cebra, a tan sólo 50 metros del cajero, veo en la esquina al señor que, casi todos los días, excepto los de lluvia y alguna que otra ausencia, pide limosna sosteniendo un cartón que anuncia desgracias. Es increíble las horas que pasa ahí ese hombre, de rodillas, con el cartón en la mano y barba de una semana. Si hace frío, se revuelve en su bufanda y sus ojos miran más despacio. Cuando hace calor, sonríe más, o más tristemente. Suele tener a su lado una pequeña radio y a veces está sentado sobre una endeble sillita de playa que parece chirriar desde su injusta posición. Le dejo unas monedas en la taza verde de metal y continúo camino del supermercado.
Sigo pensando en comprarle al hombre del cajero alguna de estas bebidas que se calientan solas o algo de comer... ¿Cómo hemos alcanzado este punto de desconexión entre unos y otros? ¿Cómo es posible que lleguemos a ver como extraño a alguien de nuestra misma especie? Goffman definió este comportamiento como “desatención cortés”: hacer ver que los otros no existen para no generar comportamientos de desconfianza: para pasar desapercibido.
Cuando llego al supermercado, está, como de costumbre, el chico negro que abre la puerta a la espera de una recompensa.. Me saluda sonriente, “qué tal, chica”. Tiene pinta de ser buen tío. La verdad es que es simpático y su enorme sonrisa genera confianza. Ahora, mientras recorro los angostos pasillos llenos de productos baratos y, probablemente, radioactivos, pienso en él abriendo y cerrando la puerta durante todo el santo día. Voy llenando la cesta, metiendo más canicas en la bolsa sin pensar muy bien en la responsabilidad que supone cada una de ellas. Efecto mariposa. Recuerdo que en la puerta del supermercado de más abajo hay otro hombre, de mediana edad y con rasgos centroeuropeos, desempeñando el mismo trabajo. Me gustaría conocer las relaciones que existen entre los sin techo y los mendigos, cuáles son sus normas internas como colectivo. Seguro que entre ellos tienen códigos que limitan su radio de actuación. “Tú, este supermercado, yo, este cajero”. Por eso Vlad, el acordeonista rumano que toca siempre canciones tristes debajo de mi portal, sólo se pone en la esquina del paso de cebra los días que, casualmente, no está el hombre de la taza verde. Vlad no lleva mucho en España y casi no habla castellano. Siempre me dice “no totontiendo” y le hacen gracia las pelotas naranjas de malabares.
Al salir del supermercado me quedan sólo un par de monedas, pero al final no le puedo llevar nada al indigente del cajero. El chico del super me abre la puerta y me para un momento. Me dice “ey, chica! ¿qué tal?”. Tiene ganas de conversación. Quiere saber dónde estudio y me pide dinero para comer. Le doy a él las monedas y me dirijo a casa cargada con bolsas llenas de canicas.
Qué momento más real.

03 febrero 2007

Concienciándome

"La más larga caminata comienza con un paso". Proverbio hindú

"No hay más que un modo de dar una vez en el clavo, y es dar ciento en la herradura". Miguel de Unamuno

"La paciencia tiene más poder que fuerza". Plutarco

"El hombre puede aguantar mucho si aprende a aguantarse a sí mismo". Axel Munthe

"Cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque, ten paciencia". Refrán

"Casi no hay cosa imposible para quien sabe trabajar y esperar." Fenelón

"¿Cuál será la diferencia entre tener paciencia para nada y perder el tiempo?". Pablo Neruda

"El mejor fuego no es el que se enciende rápidamente". George Eliot

"La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces". Proverbio persa



En resumen:
"No se ganó Zamora en una hora".

02 febrero 2007

El misterio del guante azul

Esa mañana llegaba pronto a la facultad. Quería desayunar tranquilamente antes de la primera clase porque ya que me había despertado con ganas de ser responsable, no iba a faltar a primera hora echando mis deseos de renovación por tierra. Era el primer día de curso del nuevo año e ir a clase, aunque me pesara, era uno de mis buenos propósitos. Al salir del metro recogí el papel publicitario que me ofrecieron sin ni siquiera mirar qué tenía escrito. Di las gracias al repartidor que los lanzaba con redonda cara de amanecer y lo metí en el bolsillo. “Maldita propaganda”. Esperé en el paso de cebra a que el semáforo se pusiera en verde. A mi alrededor, una marabunta espera impaciente retomar el camino. Vaya agobio de multitud. Y me enciendo un cigarro pensando en el pobre trozo de papel y en su corta vida a manos de la marabunta nerviosa que lo ha cogido por puro reflejo y que lo ha tirado segundos más tarde por pura comodidad. La mayor parte de los pedazos de celulosa se han quedado desbordando la papelera de la salida del metro y tiñendo de azul el suelo. ¿A dónde irán a parar los papeles de la propaganda? ¿Realmente servirán para algo? Les dedico un breve pensamiento y rezo por su pronto reciclaje. De repente, un llamativo color azulado en el paso de peatones llama mi atención. El chico con gafas que está delante de mi aún tiene el papelito en la mano y, para mi sorpresa, no sólo lo conserva, ¡sino que lo está leyendo! ¡Ja! Increíble. Me pregunto de qué facultad será... Sonrío al darme cuenta de que hay una chapa en su mochila que dice “sígueme”. Tiene los pantalones rotos y del bolsillo de su chaqueta sobresale un guante. Cuando el semáforo cambia de color el chico de las gafas se pone a andar rápidamente. Se nota que tiene prisa. Yo creo que realmente ni siquiera estaba leyendo el papelito porque ha estado moviéndose incómodo todo el rato mientras esperaba cruzar. En cuanto la luz le da permiso sale despedido y atraviesa corriendo el paso de cebra. Por culpa de su exceso de prisa, se le cae el guante en medio del frío asfalto. Parezco ser la única que lo ha visto, o la única que ha dado importancia a la pérdida del guante. El caso es que me agacho y lo recojo sintiéndome por un momento una especie de heroína anónima.
Al levantar la vista, el legítimo dueño había desaparecido tras un autobús que arrancaba con un sonido que más bien parecía un lamento. El “sígueme” de la mochila me hacía sentir como en una historia policíaca. Me puse a correr esquivando el autobús: no podía perder mi objetivo. Además, era un guante desparejado y al fin y al cabo ¿qué hacía yo con un guante desparejado? Lo justo y lógico era que la pareja estuviera unida. Aparté de mi camino a un par de jóvenes maquilladas con buen pulso matutino y tras esquivar varios maniquíes más y alguna que otra cara enrojecida por el frío vi más adelante al chico de las gafas. Llevaba un abrigo de lana negro y una bufanda roja que se le escurría por el cuello. Le grité “Eh, eh!” pero no se giró. Se dirigía a mi facultad y le vi adentrarse en la cafetería justo a tiempo para no perderle de vista. Imaginarme la chapa de “sígueme” me hacía sonreír de nuevo mientras andaba sobre sus pasos. Pensé en que él era un conejo negro y yo una Alicia loca. Era un comienzo cuanto menos gracioso para un lunes por la mañana. La cafetería estaba casi vacía así que iba a ser fácil encontrarle: apenas habría unas mesas llenas. Al menos eso fue lo que pensé cuando el aire cálido del interior me lanzó en la cara el olor del primer café. Pero el conejito tenía más prisa de la que yo creía y no se detuvo ni a desayunar. No estaba en ninguna de las mesas. Aún no había casi nadie en la cafetería por lo que era fácil descubrir con sólo un vistazo que mi chico del guante solitario había pasado totalmente de largo. Es igual, pensé, tampoco habrá podido ir muy lejos. Fui a mirar al pasillo de los porros. No hubo suerte. Subí a las mesas de la segunda planta. Quizá había quedado ahí con alguien. Tampoco. ¡Pues menudo chasco! Aún quedaba un cuarto de hora para que empezaran las clases. “Tiene que estar por aquí cerca”. Pero no había ni rastro del chico en ningún piso. Ni una mísera flecha en el suelo, ni gato guía invisible... nada. Ni siquiera una rama rota en alguna triste planta de interior con hilo de bufanda roja incluido. Ahora tenía un guante entre las manos y sólo cinco minutos para apurar el café. Bajé a la cafetería y metí el guante en el bolsillo enterrándolo junto a mi mundo de las maravillas.
Nunca me habían gustado las máquinas de tickets de la cafetería pero esa mañana decidí que, definitivamente, las odiaba. ¿Por qué tenía que rechazarme siempre el billete de cinco euros? Cuando por fin se imprimió el ticket pedí con urgencia un “cafelito” al camarero esmirriado que mira con aire de guasa todo el día. No me importó que estuviera demasiado caliente. Esta vez me lo bebí de un trago y salí por la puerta directa a clase. De repente, el conejo sin guante me encontró a mi.
Era un poco más alto que yo, con la piel morena, delgado. Andaba arrastrándose lentamente, como si todo lo que llevase, una simple mochila con un “sígueme” impertinente y una carpeta, se le escurriera constantemente sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Bajo un desgastado sombrero marrón se le escapaban unos cuantos mechones oscuros.
“Hola, perdona, ¿tienes tiempo para hacer una encuesta?” Se subió las gafas y me miró con aire interrogante. ¿Tiempo? Pues a ver que piense. He estado buscándote por toda la facultad, casi me quemo la lengua con el café y voy a llegar tarde a periodismo especializado... ¡Por supuesto que tengo tiempo para hacer la encuesta! ¿O creías que me iba a marchar sin desentrañar el misterio del guante azul? Nos sentamos en las mesas de la cafetería. Abrió su carpeta y sacó tres folios grapados. La encuesta famosa iba sobre las aficiones de la juventud española y básicamente consistía en contestar preguntas relacionadas con mi tiempo de ocio y con cuánto dinero estoy dispuesta a pagar, como joven estudiante, por pasármelo bien.
Mientras el chico iba hablando repetía constantemente coletillas como “claro, claro” y "vaya, vaya" rascándose la frente. Estaba nervioso o era nervioso, no lo sé, pero yo tenía su guante en el bolsillo y todo me parecía muy divertido. Al acabar me dio las gracias. Normal, nadie quiere nunca responder encuestas y menos a estas horas. Seguro que yo era la primera víctima inocente del día. Miré cómo se levantaba y enrollaba su larga bufanda al cuello. Estaba a punto de comentarle el detalle de la pérdida del guante azul cuando echó un vistazo a su reloj de pulsera y se despidió atropelladamente. “Tengo mucha prisa, lo siento” y me quedé sola. No me dio tiempo a hacer nada. Ya había salido por la puerta de cafetería cuando me di cuenta de que ahora se había dejado la cartera encima de la mesa. Vaya. El conejo negro con reloj digital no sólo era rápido: era un verdadero desastre. Salí corriendo para devolvérsela pero ya no le encontré. Volví a la cafetería y me senté en la mesa. Parecía que este chico quería hacerme dar vueltas por todo Madrid hasta devolverle sus despistes matinales. Abrí intrigada la cartera en plan detective privada intentando resolver un crimen. Estaba llena de papeles. Igual de desordenada que la mía. Había varias tarjetas y carnets cada cual más curioso. Tenía desde un abono para el parque de atracciones hasta un carnet de socio de un club de jazz. Sin embargo, lo más curioso de todo, y que por poco creí estar loca cuando lo vi, era su DNI. Bueno, de hecho, era “mi” DNI. Sí, como lo cuento. Alucinante. Justo el mismo DNI que me robaron el verano pasado en aquel garito de Granada aparecía de repente dentro de la cartera del chico del guante. Todo aquello era muy raro. Estuve un tiempo sentada en la mesa pensando medio en trance. No me lo podía creer. Hasta que, por fin, llegué a una conclusión que explicaba al menos parte de los hechos. La rara historia del lunes dio un vuelco repentino y una enorme mandíbula gigante me engulló entera desde la cabeza a los pies. He aquí la cazadora cazada.

01 febrero 2007

niña buena

torneo de malvadas
hoy me asusta la vida
garganta con miedo
y el amor trepando

torneo de malvadas
gano el primer premio
luces, aplausos
pero sin beso perenne

batalla de envidia
se meriendan celos
y yo la malvada,

la copa de la noche