28 febrero 2009

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Cada centímetro de mi piel es una pieza de puzzle sin forma o sinuosa curva creando enigmas con punto y sombrero. Después de tantos años acostumbrándome a mi traje, a esta malla elástica con cierto aire rígido, no termino de sentirme cómoda en él. Un él femenino con rincones de rencor.
¿Cuál es la envidia de mis células y dónde empieza el parapente que me aleja de la carne? Trayendo fotogramas en un capazo a la cintura, repta bajo el puente mi triste perfil único.
Dejará de quemarme la torpeza, el traspiés del corazón, seguro, dejará de quemarme. Toda yo seré marfil calcinado del cual puedan surgir brotes. Los cerezos deben estar en flor y se ven tan lindos a lo lejos, como caducos a mi lado. Perenne pálpito, murmuran los duendes. Agilidad tierna para mi busto de baúl en llamas. Todo lo que puede admirarse de un vistazo, no deja de ser mitad belleza. Para llegar al fondo, desenterraré el miedo.
Tierra en la boca.
La verdadera armonía es lentitud a plazos.

25 febrero 2009

Huellas de Levita

La Poesía…

…Cuánta obra de arte… Ya no caben en el mundo… Hay que colgarlas fuera de las habitaciones… Cuánto libro… Cuánto librito… Quién es capaz de leerlos?… Si fueran comestibles… Si en una ola de gran apetito los hiciéramos ensalada, los picáramos, los aliñáramos… Ya no se puede más… Nos tienen hasta las coronillas… Se ahoga el mundo en la marea… Reverdy me decía: “Avisé al correo que no me los mandara. No podía abrirlos. No tenía sitio. Trepaban por los muros, temí una catástrofe, se desplomarían sobre mi cabeza… Todos conocen a Eliot… Antes de ser pintor, de dirigir teatros, de escribir luminosas críticas, leía mis versos… Yo me sentía halagado… Nadie los comprendía mejor… Hasta que un día comenzó a leerme los suyos y yo, egoístamente, corrí protestando: “no me los lea, no me los lea”… Me encerré en el baño, pero Eliot, a través de la puerta, me los leía… Me sentí muy triste… El poeta Frazer, de Escocia, estaba presente… Me increpó: “Por qué tratas así a Eliot?”… Le respondí: “No quiero perder mi lector. Lo he cultivado. Ha conocido hasta las arrugas de mi poesía… Tiene tanto talento… Puede hacer cuadros… Puede escribir ensayos… Pero quiero guardar este lector, conservarlo, regarlo como planta exótica… Tú no me comprendes, Frazer”… Porque la verdad, si esto sigue, los poetas publicarán sólo para otros poetas… Cada uno sacará un plaquette y la meterá en el bolsillo del otro… su poema… y lo dejará en el plato de otro… Quevedo lo dejó un día bajo la servilleta de un rey… eso sí valía la pena… O a pleno sol, la poesía en una plaza… O que los libros se desgasten, se despedacen en los dedos de la humana multitud… Pero esta publicación de poeta a poeta no me tienta, no me provoca, no me incita sino a emboscarme en la naturaleza, frente a una roca y a una ola, lejos de las editoriales, del papel impreso… La poesía ha perdido su vínculo con el lejano lector… Tiene que recobrarlo… Tiene que caminar en la oscuridad y encontrarse con el corazón del hombre, con los ojos de la mujer, con los desconocidos de las calles, de los que a cierta hora crepuscular, o en plena noche estrellada, necesitan aunque sea no más que un solo verso… Esa visita a lo imprevisto vale todo lo andado, todo lo leído, todo lo aprendido… Hay que perderse entre los que no conocemos para que de pronto recojan lo nuestro de la calle, de la arena, de las hojas caídas mil años en el mismo bosque… y tomen tiernamente ese objeto que hicimos nosotros… Sólo entonces seremos verdaderamente poetas… En ese objeto vivirá la poesía.
Pablo Neruda

Después de René Char


Escribiría en tu piel de lobo, sobre la huella virgen que persiguen mis uñas de diamante, haciendo de tu torso cascada de quimeras. Y así, dejaría que todo (tiempo, luchas, ánimas y ajuares) se derramara por esos caminos nuevos, despacio y en horizontal, hacia tus piernas.
Como con magia digital, bien podrían mis dedos, análogos y pobres transparentes, hundirse en el espacio para alcanzar tu cuerpo ahora. Y lo negro, lo oscuro que me bulle en las sienes, que no me deja oxígeno ni lápices, sería luz rozando tus mejillas.
Será lo que sea lejos de mis manos.

¿Cómo lo haré? ¿Sabrán responder mis músculos por inercia, se pelearán con la mente o quizá dejaré de ser materia (y materia gris) para volverme sólo amor? ¿Soñaré contigo, con tu carne de red? ¿Seré el pez que se ahogue dentro y fuera de ti?

Siempre hay un jardín cuando miro afuera. Todo es naturaleza programada, control de raíces, cálculo del pétalo ruborizando el riego al caer la tarde. Todo se mide ajeno y extraño en el vergel de mi curiosidad. Y quién es la tierra y quién la semilla. Cuál de las dos es más feliz por contener a la otra. ¿Acaso la felicidad tiene que atenerse a una maceta, al espacio de clausura hasta donde pueda crecer? ¿Tiene límites de barro cocido, de plástico, tal vez?.

La potencia hace enemigos y yo los labro con sonrisa inocente en disfraz de tirana. Castígame bajo la tormenta por ello. Me doblegaré como vértice de origami, seré harina y agua, posible homogénea de crema de cuerpo. Porque es así como me diluyo en todo, queriendo a golpes. Así como me atrevo en tu sabor, tragando sagrado, evitando herejías.

Sólo la pureza me mantiene en el hilo de Ariadna. Si sé que te sigo a través del laberinto que recorre mis temores, el horror que me brota lágrimas con husos de violencia. Así me bato en tu anzuelo de pez enamorado: porque creo en ti, porque creo en tu tierra. No concibo el espasmo, el ansia de la escama o esta cola de gelatina y sirena luchando si no es para herirme aún más en tu boca caliente. En tu boca que me espera.