04 noviembre 2010

luz

La luz de octubre se posa sobre las sábanas, zalamera y me susurra buenos días en las pestañas y hace frío fuera y aquí dentro de la cama siento tu cuerpo de mercurio y no quiero salir, pienso, que no quiero salir y perder tu tacto viril de anomio dios olímpico, una enciclopedia que se escribe como el pedernal de tu pecho, con cuneiformes destellos de luz de octubre susurrando buenos días en las pestañas, buenos días demasiado pronto por la mañana cuando todavía no he terminado de bendecir al alba por ser alba contigo. Rompería el reloj. Rompería los rayos matinales sólo para regresar a la noche, al beso previo al evangelio mórfico con el que te descubro onírico y veraz siendo real en mi mente que te ama indefensa. La luz de octubre pueden ser mi pupilas dilatas por el todo derramado o este vaivén de polen de jabón que me insemina violento el jardín de corazones. La luz de octubre puede ser el triple arcoiris de fe instantánea, cerrado en un sobre de gominola marrón que se deshace en la lengua. Porque miro el cielo lluvioso y sólo veo gotas felices y tras las gotas, veo la estación de la esperanza, y tras la esperanza, mi galope de gacela sobre el pasto de la urbe. La luz delimita el contorno carnal y tu torso opaco es reflejo de mi luz de selenita.