21 diciembre 2006

Y más esquimales...

Este poema es de mi amigo David Gimenez. Él también estaba pensando en blanco esquimal cuando lo escribió. A lo mejor incluso escribíamos estas líneas en el mismo momento, porque el caso es que ninguno de los dos le termina de encontrar mucho sentido a esto de los colores y de dar forma a las palabras...



POEMAS DEL FRIO


En vano te hemos prodigado el océano,
en vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;
has gastado los años y te han gastado,
y todavía no has escrito el poema.
Mateo, XXV, 30. Jorge Luis Borges


Dicen los nuevos poetas:
el pingüino diecinueve
me mira con ojos grises
y se rompen las pateras
cargadas de desdicha,
y sueñan los árboles, y te golpean a rajatabla.
No es nada nuevo
el viento y la estela del último barco
endemoniado de raíces
turcas y otomanas, alegres.
Dicen los últimos poetas:
ojo con el tiempo
el oro y mi dios.

Los esquimales distinguimos hasta treinta tonos de blanco.
Y los nombramos.
Hay músicas blancas, y noches blancas.
La foca blanca ardió en la madera
del blanco fuego. En el medio de toda la blancura.
Cielo blanco, lluvia blanca.
Algunos blancos sentimientos.
El alma blanca del oso polar. Todo blanco.
La foca monje, con blancos colmillos, dientes como perlas,
metáfora del blanco.
Puñal de filo blanco. Arpón blanco. Cuerda blanca.
Para la sangre roja, luego helada y blanca.
Todo es blanco en Scagerrat, Kategatt y Suntt.
Todos los blancos, pues, no son iguales.
Madera blanca, pescado blanco.
Blanca pena, como alegría sana y blanca.
Blancura de pensamientos en el alba del frío.
La nada es blanca. Y la capa de armiño es blanca.
Como las blancas ballenas.
Del mismo color blanco que la piel de morsa.
Los esquimales, distinguimos hasta treinta tonos de blanco.
Y los nombramos.
Yo que fui sonero, y que como los poetas
no usaba la mayúscula, ni el estrambote,
yo reverso de la carta, viajé a Finlandia,
para colarle un gol a la aurora boreal.
Tanto, tú no le metes un gol, nialarcoiris.
Pues ahí lo tienes, cuando más blanco estaba
y me miraban los niños, como diciendo éste que hace,
me driblo a un trineo, le hago una gambetta al último oso polar,
y va Innuk, y se come el bote, del roteiro, (quesunnombredebalón),
y le digo, tiraaaa, chúpate esa,
y me pongo a gritar gol, desde todos los idiomas,
goal, digo, en voz en alta, y la gente muerta de frío,
o de risa, que en estos países es lo mismo,
y les digo en finlandés, quesunidioma, “salmón ahumado”

Me encuentro sólo.
El último amor se fue con la prosa,
con el verbo y el alcanfor.
Haces poemas congelados! –me gritó.
Era por la noche de las carreteras.
Era, también, la última noche de Diciembre
-oscuridad de bombillas y tintineos-.
Me dejó un pañuelo de seda
y unas llaves que tirar.
No puedo con los poetas fríos- susurró.
Desde entonces no apago la calefacción,
por si vuelve.
Siempre escribo de palmeras y
batidas de coco, de asuntos cálidos;
y me llamo Brian, como antes.
A veces, en rebeldía, declamo:
“Témpano de hielo, tarde fría”.

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