15 julio 2013

Resucitar, tándose, también sé

Entre los cambios (países, proyectos, parejas, amistades, identidad) y los sueños (murallas, arena, extraterrestres, suicidio, césped) parece que, en realidad, no termino de crecer. Tampoco sé qué es la realidad, en caso de que exista, sea palpable, susceptible de ser intercambiada como mercancía, que le crezcan los pechos, que madure y tenga un sabor invariable.

La realidad es que, en realidad, entre los cambios y los sueños, mi vida (la que podría ser escrita en un diario y después publicada a título póstumo tras la 3ª Guerra Mundial, cuando mis huesos ya estén macerados y el tuétano sea tuétano viejo) no me parece real.

Es más bien una concatenación de acontecimientos estrictamente separados, sin vinculación aparentemente causal. Hoy estoy aquí, en un lugar en el que hace frío cuando tendría que ser verano. Ayer y lo de antes de ayer, me parece solo una broma.

Cuando nos olvidamos es que hemos perdido, sin duda alguna, menos memoria que deseo 
(El entenado, J.J. Saer)

Sin engañarme: siempre ha sido el deseo de lo que vendrá lo que me ha hecho olvidar el pasado tan fácilmente. Un olvido inocente y liviano. Un perdón concluyente de todo lo que ha sido. Es el hambre de lo que viene lo que aligera mis pasos.

Soy de las que no termina de nacer. De las que resucita constantemente, pasando de vida en vida. Amén.

A veces me pongo a pensar en otras vidas supuestamente vividas en este cuerpo, a escasos días en eco invertido del eco de hoy, y no conozco mi voz; no conozco.

¿Dónde queda la memoria? ¿Tiene hogar? ¿Se sienta frente al fuego al atardecer a contarse a sí misma? ¿Hasta qué punto está cansada de escucharse?

¿Guardamos en la memoria las cosas por vivir?

A veces, tras muchas proyecciones del porvenir en mi pantalla mental 3D, creo recordar cosas que todavía están por suceder. Las posibles vidas que pueda encarnar son tan parte de mi que en cierto modo, se vuelven tan auténticas como el pasado por el que ya no siento ni apego ni añoranza.

Todavía recuerdo las conversaciones que no he tenido, los hijos que adopté en aquel país africano en el que viví una temporada, los idiomas que aprenderé, las preocupaciones por accidentes de avión y funerales futuros. Todavía me acuerdo de ellos. A veces se hacen más presentes que las situaciones en las que tuve un protagonismo indiscutible y que, por algún motivo, me parecen inasibles y difusas, como los sueños.

¿Qué es lo real y cómo se encama con la memoria? ¿Son, acaso, la pareja perfecta? Un par de mentirosos que saben susurrarse palabras dulces incluso en la monotonía, ¿has comprado el pan?, yo preparo la cena, te quiero, ayer limpié el baño. Y así construyen su nido de complicidad, de buenas intenciones desde la bruma pero usándose de forma despiadada, como quien comparte los gastos del mes.

¿Qué es reconstruirse? Construir parece estar relacionado con lo palpable. Mezclas agua, tierra y paja y te pones manos a la obra para modelar un cobijo.
Reconstruir es otra cosa. Hay una idea primigenia de lo que se quiere fabricar. Había un antes, un molde, un ideal. Y en ese proceso, la memoria juega un papel estrella. ¿Qué había antes? ¿Qué fallaba y qué quiero mejorar?

¿Era yo el problema, eran las circunstancias o, más bien, lo contingente? ¿Supe moldear una reconstrucción para satisfacer mis apetitos?

¡Qué voracidad..!

Si no hubiera comido ayer podría pensar que tal vez este hambre sea de mañana.

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