17 julio 2013

Sobre el verso liviano

Despiadada:
Con los versos, despiadada

Son tan efímeros,
tan disfraz,
tan sustitutos,
tan espejo de sí mismos

que no les tengo pena.

Si se pierden por descuido,
por error,
por indiferencia
o conscientemente,

ya no me importa.

Lo tengo todo dentro.
El peso que pueda cargar sobre los hombros
-grosor cadente, kilómetros de palabras hacia, por, desde-
será suficiente para abrigarme cuando la piel se arrugue
bajo arco iris oculto por edificios.

Perdí
-si no me fallan las cuentas-
alrededor de cientoveintitrés arcobalenos
por mirar ojos de otros
y escribir ojos de otros
y estar oculta en edificios
reflejados por otros ojos.

Perdí tantos arcos de cielo
que la recolección, aunque empiece ahora
(y, como en época de viña, coseche desde el alba
y se agarrote la mano al degollar racimos
y las parras sean altas y las uvas verdes y yo no espere
             ni lo maduro, ni lo turgente, ni siquiera un beso
y tantas canastas deshechas en las manos)
podrá no terminar nunca.

Porque los ojos que van y vienen son como los versos
Lagos claros que dan sed,
Lagos claros de agua turbia.

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