06 marzo 2010

Las diez revelaciones

Vuelvo a casa sola. El ordenador marca las 5 de la mañana. El reloj de la estación de Atxuri las 4. Mi móvil las 5. Y doy una charla a las 11… ¿a quién creer? Hace exactamente una hora en punto, a las 04.01, mi último amor me ha dicho que no a una noche de sexo y vino. Primera revelación: sé tú misma y no pierdas el tiempo con quien no lo merece. Brindo por ello.

Esta noche he salido con conocidos desconocidos. Segunda revelación: si sales con alguien que no conoces, probablemente descubrirás sitios nuevos. Así ha sido. Llevo viviendo en Bilbao (a trompicones) prácticamente un año y justo esta noche he estado en tres sitios diferentes en los que jamás había entrado.

Digamos que la noche (corta noche bilbaína, se ve que hace 5 años las cosas eran diferentes pero me ha tocado esta época de calma puritana, ya ves tú…) se ha dividido en 4 partes. La primera, el calentamiento, acompañada de mi gente cercana, la que ya tiene el amor agarrado por los cuernos y que no se preocupa en buscarlo en garitos de mala muerte como yo. (que conste que no procuro dar pena…). La segunda, en la que he ido en busca de ese amor para agarrarlo por los cuernos aunque sea débilmente y sólo por esta noche. La tercera, en la que me he olvidado de esa necesidad y simplemente he disfrutado de lo que tenía delante. La cuarta, en la que me he dado cuenta de que a pesar de todo, la vida es un teatro y yo, una escritora venida a menos (léase actriz frustrada o bailarina sin talento).

Esta noche ha sido como un bálsamo. Un cuento en forma de bella metáfora. Un libro de texto sobre el que explorar el amplio universo de ti y de mi. De todas nosotras danzando como lesbianas, a menudo transexuales, al compás de la vida. (re)brindo por ello.

Tercera revelación: si tienes ojos de gata en celo, asúmelo y sé feliz.

Digamos que mis amigos-compañeros de piso emparejados, esos que tienen el amor cogido por los cuernos y que no se matan en salir ni divertirse fuera de la alcoba (o la suitte, depende de en qué cuarto les toque jugar a clases de francés a altas horas de la madrugada... Sí, detalles de mi piso. Quien no los entienda, que pregunte más sobre mi vida cotidiana o si no, que se la imagine…) se han marchado a casa repentinamente con la litrona sin empezar. Básicamente contaré que ahora mismo, a las 5.12, me encuentro en el salón bebiendo esa misma litrona que ni siquiera han compartido una vez en casa, tan absortos como están en sus indagaciones anatómicas… Por supuesto, brindo por ello con la envidia más sana que pueda tenerse hacia el amor y, especialmente, hacia el amor de los amigos-compañeros de piso.

Así que he decidido, cuando los tórtolos se iban a casa, quedarme para ampliar mi círculo de amistades ya que, después de vivir un tiempo prudente en EuskalHerria puedo afirmar, sin que suena a tópico, que aquí a la gente le cuesta abrirse, desmembrar la cuadrilla de toda la vida y conocer gente nueva. Rompiendo moldes, en la medida de lo posible, he salido con un grupo al que casi no conozco. En las primeras dos horas de poteo (tradición vascuence que consiste en ir de bar en bar bebiendo cerveza mayormente en la calle aunque llueva, cosa habitual) y como no recibía respuesta del baserritarra al que le he echado los trastos en los últimos días, he decidido ampliar mis ojos de gata en celo hacia otros horizontes. Digamos que uno de mis horizontes ya tenía un amanecer apalabrado y que el otro debía madrugar para ir en bicicleta a no sé qué monte cercano. Parece que más cercano y más monte que los dos pechos que podrían haberle abrigado esta velada. Él sabrá. Un punto a mi favor es que tampoco se lo he podido dejar claro. De todas maneras es escocés, así que seguro que no será tan raro como los vascos en cuestiones femeninas...

A partir de ese momento que ha supuesto la tercera parte de la noche, he tenido la cuarta revelación: paciencia. Todo es paciencia. Relájate, bebe y pásalo bien a ser posible con un poco de salsa moviendo tus caderas.

Inmediatamente la quinta revelación hacía su aparición en escena: Manolo García no es salsa. Mierda.

Así que todo ha derivado en un ir y venir de planes rotos y quién sabe cómo hemos terminado en otro garito bilbaíno al que nunca había entrado: El balcón de la Lola. Dios. Vaya sitio.

Nada más entrar me he dado cuenta de que aquello no era un bar. Era un campo de nabos. Y no en el sentido madrileño al que estoy acostumbrada. Cuando he visto las proyecciones del VJ, repletas de glúteos marmóreos y afilados rostros masculinos, no me ha hecho falta echar mano a ningún recurso fiestero para darme cuenta de que aquello era un bar gay en toda regla. Desde entonces, pasando por las barras de stripper como si estuviéramos en una jungla de cristal, hasta el cartel de “Zona peligrosa” marcado con luminosas letras rojas sobre la puerta del baño, todo me ha recordado a los bares de Chueca con osos peludos y movimientos sexys por doquier. En esta cuarta fase nocturna he tenido una conversación marciana de esas que sólo se tienen con extraños en los bares con drogas a horas intempestivas de la noche. Sexta revelación: si entras en un lavabo con desconocidos, seguro que tendrás drogas gratis y que ejercerás gratuitamente de psicóloga improvisada.

Básicamente, he observado como un macizo de 35 años se quitaba la camiseta y me mostraba su espectacular cuerpo mientras recalcaba que era hetero dándome un suculento y casto beso, pese a las circunstacias, en la mejilla, al mismo tiempo que su entrenadora de fitness se fumaba un chino para posteriormente, cuando el cuerpo salió del baño, confesarme su amor prohibido por esos pectorales que ¡dios!, dicho sea de paso, cómo me habría gustado acariciar si la vida fuese una continua película porno desclasificada…

El speed hace hablar hasta a las piedras. A veces, escribir también.

Llegamos a la cuarta parte de la noche. Son las 5.30. Sólo me quedan 6 horas para dar la charla. Espero estar fresca para entonces y ser, al menos, amena y didáctica. (Ruego a las diosas tener esas dos cualidades marcadas a fuego en mis discursos públicos para el resto de mis días).

Tras el encuentro en la tercera fase del baño del balcón de la Lola, y después de ver cómo la monitora de fitness se subía a la plataforma para conquistar al pectorales con un sugerente movimiento de piernas, he decidido despedirme de mi nueva cuadrilla nocturna y dirigirme a casa.

Al regreso he parado en la tienda 24 horas que hay en la ría, la única abierta por la noche en el centro de Bilbao, a comprar una litrona de cerveza para bebérmela en casa sola solita. Cómo no, no ha hecho falta ni abrirla al llegar. Ya he dicho que mis amigos-compañeros de piso, los que tienen el amor cogido por los cuernos, habían dejado la otra abierta y sin terminar en el frigorífico, la misma que ahora me acompaña.

Séptima revelación: en todas partes hay rifeños.

Sólo hablo otros idiomas cuando voy borracha. De hecho soy capaz de comunicarme exitosamente en 4 idiomas y 3 dialectos si me encuentro en estado de embriaguez. Gran estado. A ver cuando encuentra una zona geográfica y se convierte en una nación. Brindo por ello.

El chico que atiende en la tienda 24 horas es marroquí pero no tiene cara de árabe: tiene cara de rifeño. Justo. Los tengo calados. Es de Alhucemas. Hemos estado hablando en rifeño. Ha flipado. No puedo olvidarme de este dialecto. Me encanta. Tengo que seguir practicándolo siempre que vaya borracha. Evidentemente, también brindo por ello.

El camino hacia mi casa es breve, longitudinal, bello. Y mientras lo recorría he escuchado dos conversaciones maravillosas y maravillosamente cortas.

Octava revelación de la noche: si al volver a casa encuentras una pandilla de chonis entre las que se halla una mujer con enanismo, sólo pueden estar hablando de dinero.

Novena revelación: si dos amigas de culos gordos cuarentones se despiden en el portal borrachas y tristes un viernes de madrugada, sólo pueden estar hablando de soledad.

La luna está nublada y decreciente descendente. Décima revelación: los pájaros cantan antes de que podamos oírles.

Qué solita estoy. ¿Debería brindar por ello..? Debería brindar por ello.

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